Opinión

No dudaría

ALBA FERNÁNDEZ
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Qué inocentes y desinformados estábamos, parecía que si no te metías eras un pringao

JUEVES, 14 DE MARZO

Ya escribí que Lolita Flores vino a Ourense a representar ‘Poncia’, una obra basada en ‘La casa de Bernarda Alba’. Ya conté que se vació de cuerpo y alma en una memorable noche. Recuerde el hermano lector que ella mandó parar los aplausos y dio un mensaje combativo: “Hay que luchar contra la injusticia y amarse”.

Yo la conocí en Madrid allá en los ochenta. El éxito le llegó enseguida con aquel tema, ‘Amor, amor’: “Estoy enloqueciendo / ¡Ay! quiero eso / Vivir de tus caricias / y con tus besos”. Ay, pero sus noviazgos y matrimonio fueron amargos. Mira tú, la tenía a mi lado al terminar la función, quería beber algo. La vi tan frágil y ojerosa que me pregunté: ¿de dónde ha sacado esta mujer tanta fuerza? ¡Ay! tantas heridas, cantar y después mutar en actriz brillante y llena de sentimientos.

Inevitablemente, hablamos de su hermano Antonio. Lo conocí a principios de los ochenta allá en el mítico Rock-Ola de donde era asiduo. De aquellas yo trabajaba con Miguel. Su madre, Lola, le llamaba con frecuencia: “¡Ay, Miguelito! aconséjale bien, él tiene talento pero me tiene preocupada por sus amigotes”.

Cierto, no llegué a ser su amigo pero sí conversé con él muchas veces. Tenía problemas con las letras y a punto estuvimos de hacer algo juntos. Alguna vez fui a su mítica casa, El Lerele, allá en la Moraleja. A escasos metros de la casa principal construyó Antonio, digamos, una casita al lado de la piscina. Recuerdo a su madre: “Pasad, pasad, ahora mismito os hago algo de comer”. Me insistía: “Dile a Miguel que cuide de Antonio, que tiene unas canciones preciosas”.

Qué mujer, tan enérgica y llena de vida, tan gitana en el fondo, tan hospitalaria. Antonio tocaba la guitarra con personalidad, siempre con un halo flamenco. Le había enseñado su padre, ‘El Pescaílla’, un guitarrista que triunfó allá en Barcelona. Cielo santo, qué historia de amor, él siempre supo que había otros hombres y sufrió lo suyo.

Aquel día en El Lerele, Antonio me mostró algunas letras en un block muy gastado. Maldita sea, ya estaba metido de caballo hasta las cejas. Ay, amigo, eran los ochenta. Llegó la heroína a Madrid como un vendaval. Qué inocentes y desinformados estábamos, parecía que si no te metías eras un pringao. Es inevitable recordar aquella frase de Tierno Galván, alcalde de Madrid, insistiendo antes de un gran concierto: “El que no esté colocado que se coloque…” Manda huevos.

La verdad es que la corta vida de Antonio estuvo marcada por sus caídas y recaídas. Por allí andaba Antonio Carmona, su colega.

Cantó Antonio: “Cuando pienso que alguien te puede probar / te lo juro que el corazón se me hace un nudo”. Cuando leí sus letras, me di cuenta que eran sus propias vivencias, también sus luchas por abandonar la jodida droga. Incluso hizo promesas en su canción ‘No dudaría’: “Prometo ver la alegría, escarmentar de la experiencia / pero nunca, nunca más usar la violencia”.

A mí me gustaron. “No hay nada que añadir, Antonio, tienen alma, son muy tuyas y valientes”. Así fue, ‘No dudaría’ fue como un tiro y logró eso tan difícil de conmover a quien la escucha. Ah, le gustaba el lado gitano de Lorca. Se sabía de memoria aquel verso del Romancero Gitano: “Y a la mitad del camino, / bajo las ramas de un olmo, / guardia civil caminera / lo llevó codo con codo”. 

Escribo y escucho quizás su mejor canción: ‘Coraje de vivir’ que escribió allá en los noventa, tal vez el último intento por salir del mundo entrampado: “Pan hecho de sangre / Metralletas al poder / La sangre hecha dinero / Y bocas por comer”.

(Estoy con Lolita en un local cercano al Principal. Le emociona hablar de su hermano. La gran pregunta: “¿Qué pasó, Lolita?”. “Lo he dicho muchas veces, Jaime, su madre era su luz y cuando se fue, él partió tras ella”. Y añade: “Pero ahí está su hija Alba, heredó su talento y a veces, cuando la miro, lo veo a él”).

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