Opinión

No hay tregua

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MIÉRCOLES, 30 DE MARZO

Se nos ha ido Luis Soria, tan querido por todos nosotros. Ay, inevitablemente me viene a la mente aquella temporada 67/68 en que fui feliz a su lado. Quizás para él fue también la temporada más gloriosa y feliz. Pero te cuento, en aquellos años había dos equipos en la ciudad muy competitivos, uno el Club Deportivo Ourense, el de toda la vida y el otro El Couto, del que él era entrenador. Entonces en aquella liga terminó el Ferrol líder, el Ourense segundo y tercero El Couto pisándole los talones. Yo hacía algunas cosillas para el periódico mientras estudiaba en el Cisneros los últimos años de bachiller. Una tarde el director del periódico, el inolvidable Ricardo Outeiriño, me dijo: “Enfermó un redactor, ¿tú te atreverías a ir con El Couto en los desplazamientos y mandarnos las crónicas? Viajarías con el equipo”. Cielo santo, qué iba a decir yo. Ya me imaginaba los lunes, toda una página y al comienzo “De nuestro enviado especial J. Noguerol”. Mira tú, en mi curso estaba Miguel Ángel, el portero que jugó dos mundiales. De aquellas, Soria buscaba un portero y se fijó en un joven baloncestista que volaba hacia el tablero. Cierto es, Luis fue quien descubrió al ya mítico guardameta del Real Madrid. Él le enseñó las primeras claves para alcanzar la gloria. La anécdota es que el portero titular era Suárez, un buen guardameta pero ya muy mayor presto a retirarse. Luis y Suárez trabajaban juntos en la seguridad social y Luis no se atrevía a mandarlo al banquillo. Una tarde se lesionó y Miguel Ángel empezó a pararlo todo. Por algo, después en el Madrid le llamaban “El Gato”.

Vaya equipo que formó Luis aquella temporada. Mezcló veteranos todavía en forma y jóvenes como nuestro portero internacional. Era un equipo temido. Qué entrañables y divertidos eran aquellos viajes con el equipo. Al regreso, desde algún bar de carretera telefoneaba mi crónica.

Pero que no se me vaya la olla. Me pregunto ahora qué puedo decir de este entrenador, pura historia de la ciudad. Busco adjetivos, generoso y cabal. Cabal, qué bonita palabra y olvidada. Quizás lo que mejor lo define es el sentido de la amistad, eso era sagrado para él. Hoy no me importa repetirme, rescato aquel verso machadiano: “Mi verso brota de manantial sereno; / y, más que un hombre al uso / soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. De carácter altruista, me contó el doctor Cabaleiro cómo iba al sanatorio de Toén para que los “locos” hicieran gimnasia.

(Tan humano, tenía amistad con los árbitros y te juro que había al menos dos que con ellos jamás perdía. La anécdota es verídica, jugaba su equipo fuera un partido importante. En el vestuario dice a los suyos “No os preocupéis que ya he confesado al árbitro”. Las cosas no iban bien en el descanso y Luis se acercó de nuevo a aquel árbitro lucense que le dijo: “Sí Luis, pero dile a los tuyos que se tiren en el área, carajo”. Otros tiempos y otros valores, la amistad por encima de todo).

JUEVES, 31 DE MARZO

He de contarlo. Su concierto perdurará en nuestros corazones. En el auditorio “El Drogas”. Así se hace llamar este navarro con agallas. Enrique Villareal. Una leyenda. Mucho más de mil conciertos encima, desde sus tiempos en aquella banda brutal, “Barricada”, que conmovió a generaciones con su punk rock y el heavy. “No hay tregua” todavía es un himno. Conque allí estaba con una banda brillante y dos chicas de voz hiriente que le acompañaban en este acústico concierto. Suele decir que nació en el barrio de Chantrea de Pamplona justo al lado de la cárcel pamplonica. Eso lo marcó, aquellas mujeres enlutadas con una cesta que iban a visitar a los presos. Ya no se lleva eso de ser “auténtico”, pero Enrique persiste. Mira tú, un tipo legal que tuvo que bregar con la censura. Quiero escribir de él humanamente hablando. Hasta no hace mucho no se separó de su madre con alzhéimer. Su tema “Una silla vacía”, estremece. Un amigo le puso “El Drogas” en aquellos años a tumba abierta. “Llevo bastantes años limpio”. Tiene dos hijos y un nieto al que suele llevar de la mano al colegio pero no ha perdido un ápice de sus reivindicaciones. Grita a la rebelión de los mayores, reivindica la memoria histórica, en escena dijo “estoy con la sanidad a muerte”. Viejos tiempos en que decía sin cortarse “alguien debe tirar del gatillo”. Se atrevía a cantar “Detrás del uniforme que el anonimato da / en el cuartel un brindis / esta vez fueron cuatro / señor gobernador, lávese las manos / todo fue un éxito”. Letras que te erizan el cabello. Pocos saben tanto sobre el lado republicano de la guerra civil española. También compuso “En nombre de Dios”, un buen palo al Opus Dei. En su historial hay una página hermosa. Va El Drogas y crea “Motxila 21”. Ya sabes, es el cromosoma x de quienes tienen el síndrome de Down. En su tema “No somos distintos” su grupo canta “Como tú, tenemos ojos / los nuestros, quizás más limpios / por donde nadan los peces / que no sienten distintos, / metemos la tristeza en sacos con agujeros / y nos comemos la alegría con la punta de los dedos”. Su concierto fue un ritual que ayudó a vaciar de paparruchas nuestras mentes. No estará de más, hazte con su disco libro “El largo sueño de una polilla”. Cuánta falta hacen tipos así.

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