Opinión

Objeto fantasmagórico

Ya septiembre, mes lírico. De nuevo llamo a las puertas de mi musa.

Te lo confieso avergonzado: "Me he rendido".

Sabes, he soportado con la paciencia de un monje que mis amigos me llamasen analfabeto del siglo XXI.

He soportado que en las bibliotecas públicas todos me mirasen con ensoberbecido desprecio mientras tecleaban veloces y yo escribía lentamente con la mano.

He soportado en los parques a los que leían hipnóticos en su móvil  y me observaban como un alienígena por tener un libro en las manos.

He soportado la mirada metálica de un niño cibernético al verme con un bloc y un lapicero en las manos.

¡Ay! Te juro que me ha sucedido: una mujer me dio el teléfono equivocado al ver que escribía su número en una agenda de esas de toda la vida. Como cuando tenía un R5 lleno de inmundicias y las invitaba a vivir la noche; al llegar y ver el coche, inevitablemente me decían: "Mejor, llévame a mi casa". 

Mi sobrina favorita, que está en Kuala Lumpur, vino de vacaciones: "Mis colegas de trabajo en la universidad me piden ávidos los sobres de tus cartas debidamente selladas por el correo español. Les parecen un objeto de museo". 

Ya ves, hermano lector, tal vez tú seas también de la generación que aprendió a escribir con pizarra y pizarrín en aquellas escuelas machadianas: en la pared, el mapa de España que incluía nuestras magras posesiones en Marruecos y la foto del imperturbable general ferrolano.

Tal vez no tengas buen recuerdo como yo de los maestros de "alas negras": nos culpabilizaron los deseos y los sueños. Les perdono. Me enseñaron a escribir caligrafía y a hacer unas mayúsculas de lujo. Les perdono, sobre todo, porque me enseñaron a amar, a leer y a escribir capítulos de "El Quijote". Estaba tan cautivo del libro que lloré ante tantas derrotas del caballero andante. Algunas madrugadas encendí la luz de mi mesilla; obsesionado por encontrar alguna página en que el dolorido hidalgo resultase vencedor en la batalla. Al no hallarla, sufrí largos insomnios.

Largo ha sido el camino, hermano: la pizarra, la plumilla y el tintero, el lapicero, el bolígrafo, la pluma Parker 51 de mi padre, la primera Olivetti Lettera 22…

(Llega mi sobrina favorita de vacaciones. "Tengo una sorpresa para ti". Ay, su mirada delata peligro. Qué asombro, me lleva a mi propia habitación. Qué aguas procelosas me mostrará. Ojalá me muestre el velo descorrido del paraíso. Abro. Me resisto a dar crédito a lo que veo: allí está el objeto fantasmagórico. Trato de defenderme: "Sabina también huye del ordenador como del diablo". Me mira como una pitonisa y me riñe: "Déjate de dramones, tío. Esto se llama pantalla, esto es el ratón…" Yo pienso en las mazmorras inquisitoriales de Cuzco y Toledo.

Eugenia contempla mi amada biblioteca que con tanta pasión reuní. Va y me espeta desde sus ojos que me rompen el alma: "Retira todo esto. Tendrás más espacio, todos los libros están en este regalo").

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