Opinión

Pócima milagrosa

Cuando viví en Amsterdan, observé una saludable costumbre con los libros. Ibas tú y dejabas el libro que habías leído en un banco al lado de los canales.
Seguro, alguien lo recogía y, de inmediato, ponía otro, por ejemplo en un parque. Recuerdo el último que cogí. Cierto, como buen españolito me lo llevé como si lo sustrajera. No dejé ninguno.
Lo tengo entre mis manos. Venía con un verso en francés escrito a mano: “Y no te inquietes más de lo debido./ Mira a tu alrededor,/ el mundo sigue moviéndose a pesar de todo”.
Eso sucede en Holanda, que tiene una vieja democracia.
Ah, nosotros. Recuerdo aquellos jodidos políticos con los que empezó esta dudosa transición. ¿Recuerdas?, nos gritaron con alegría insensata: “Enriqueceros, este es el país ideal”. Los cabrones si olvidaron del alma, “cultivaos, leed, la cultura os hará mejores personas”.
Así, las librerías se tornaron en oficinas bancarias. Bah, no son más que antiguallas, sitios poco hospitalarios. Amigo, hemos perdido la inocencia, mientras eres inocente no eres culpable. Somos insolidarios, pícaros, zafios; tipos como yo, que se llevó aquel libro por la cara.
A estas alturas escépticas de la vida quiero hablar de una mujer. Quizás la última librera. Tal vez la conozcas por el programa “Leer es un placer”. Tienes raíces galaicas y habita en ella la Córdoba de Séneca.
Ah, Cari. Si pedías un libro, por ejemplo de Stevensom, Conrad, Onetti, un clásico, la invadía una alegría especial, una secreta alegría. Cuidaba especialmente a sus clientes románticos de corazón vulnerable. Llegabas y prensetía el libro que ibas a comprar. Un día le llegó un tipo: “El psiquiatra, mirando la hora, me dijo: 'Su antídoto es la lectura“. Ella busco el volumen idóneo y se lo entregó tal como si le diese una pócima milagrosa.
Cuando cerro la librería, tenía la sonrisa extraviada. Vi en ella algo asi como “El Grito”, de Eduard Munch. Embaló los libros tal si clausurase un recinto sagrado. Le dije: “Pronto llegará el olor silvestre de la primavera”.
(“El que lee crece, vive otras vidas”. Pero hay un hombre en la ciudad que hace lo mismo que vi hacer en Amsterdan. Te cuento. Es mi filósofo de cabecera, tertuliano socrático, el profesor Area. Ojalá hayas leído su libro “Seducidos por la Filosofía”
Con que, cada mañana toma el libro que acaba de leer, da su paseo mañanero y como si alguien guiara su mano, deja el libro en el sitio preciso. Justo como aquel holandés que un día en Amsterdan dejó su libro en un lugar al que yo, inevitablemente, había de ir. Y como aquel flamenco, gusta escribir algo en la primera pagina. Ayer dejó este mensaje: “Las palomas lo saben, sin embargo/ siguen preguntando/ a qué hora y por dónde se llega al paraíso”.)

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