Opinión

Por el lado más oscuro...

Ya sabes, hermano lector, esta serie se titula “El ángulo inverso”. Y a veces trata de caminar por el lado oscuro. Creo que hay que hablar y escribir con naturalidad de esas cosas que nos golpean. Bien cierto, algo marcha mal en este puñetero mundo: mandan los timadores y los charlatanes.

Pero te cuento. El miércoles, Rosendo me contó de un artista amigo: engulló un puñado de ansiolíticos y partió de este mundo cruel. Se llamaba Miguel y quiero escribir sobre él. Pero reflexionemos. Ayer un médico de familia me dijo preocupado: “Estoy asustado, cada día llegan más pacientes pidiéndome antidepresivos. Algunos no es que me los pidan, me los exigen mirándome muy malamente”.

Estos días la prensa titulaba que Galicia está a la cabeza de Europa en el consumo de este tipo de fármacos. Ay, hermano, también es alta, muy alta, la cifra de suicidios. Una epidemia. Fuentes fidedignas me dieron el dato: en estos últimos meses seis ourensanos se quitaron la vida. Ayer también tuve malas noticias. Alguno siguió los pasos de la poetisa Alfonsina Storni: caminó lentamente hacia el Miño más profundo, sus bolsillos iban llenos de piedras. Qué canción: “Te vas Alfonsina con tu soledad”. 

Muchas familias lo ocultan. Los periódicos también. Sostienen que dar este tipo de noticias incita a otros seres humanos a imitarlos. Yo creo que es un tópico casposo silenciarlo.

Pero ya te dije, quiero hablarte de mi amigo Miguel, solía decir “equivocarse es aprender a ser menos idiota”. Pienso ahora en él. Siempre tuvo la fragilidad de quienes presienten que el abismo acecha. Buscó el éxito y lo tuvo muy joven, cuando lideraba un grupo punk y se agitaba en escena, vamos, como el diablo ante la cruz. Solía decirme: “Sólo soy feliz con mi guitarra, ¿sabes? La realidad me asola, y los psiquiatras no me inspiran confianza”. Había leído muchos libros orientales y sostenía: “Es bien cierto que arrastramos heridas de vidas anteriores”.

Miguel no era de esos tipos que parecen decirte “miradme cómo sufro, deberíais hacer algo por mí”. No, no era un victimista. Tenía grabado en el mástil de su guitarra una máxima que le había dicho un “santón”: “Dar sin recordar y recibir sin olvidar”.

Recuerdo una canción que compuso, “A la búsqueda de la luz”. Así era él. Buscó la salida en psicólogos y psiquiatras. Viajó a la India a encontrarse con su “santón” para que le iluminase. Allí aprendió a tocar el virtuoso sitar. Trabajó intermitentemente en una ONG que hacía pozos de agua en las lejanas aldeas de Etiopía. Deslumbrado por la lectura de “Las enseñanzas de Don Juan” de Castaneda, tomó lecciones de un chamán mexicano.

Se desencantó. Tendría cuarenta años cuando hizo un cambio rotundo en su vida. Se metió en el mundo mercantil hasta que descubrió que la economía es una ciencia muy triste. Después no paró de viajar, le escuché decir: “El espíritu es como un paracaídas, sólo nos salva cuando se abre”.

Cuántas noches en el Café Comercial. Ay, en nuestra mesa se sentaba otro artista que decidió partir una “noche de aguacero” en Madrid. Tal vez, lector, lo recuerdes. Sus canciones tenían las emociones nobles como el amor y la ternura. Se llamaba Hilario Camacho. Quizás evoques su última canción “Tristeza de amor”. Qué conmovedora.

Miguel vivió muchas experiencias. Conoció sórdidas pensiones y hoteles baratos. Ejerció de músico callejero con su guitarra y el sitar al hombro. Se reía: “Aún me falta ser soldado de fortuna en alguna guerra olvidada y quizás lo haga: encerrarme en una celda con libros sagrados, el cilicio y el hábito de lana cruda y áspera de los cistercienses”.

Cómo era aquel poema de Lord Byron que le gustaba a Miguel: “No era lo suyo envejecer,/ sino morir en dichosa primavera/ antes de que el hechizo y la esperanza hayan alzado el vuelo./ Su rostro no estaba hecho para la arruga,/ el blanco-gris no estaba hecho para devastar sus cabellos…”

(Bueno, hermano lector, voy a endulzar estas líneas: sociólogos y escritores vaticinan el regreso de eso que llaman autenticidad. Los raperos de vida más sincera y turbia son los más escuchados porque nos arrojan verdades. En las paredes se escribe “Es mejor curarse con afecto que con píldoras”. Las ONG crecen y crecen. Los adolescentes medran espabilados y esquivan el engaño. Multitudes de jóvenes airados protestan por las calles y exigen otro mundo.

Ay, y ellas, por fin, se alzan).

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