Opinión

Regalo inesperado

Era el día de Reyes, mediodía, en un bar del centro. Me  lo encontré ojeroso, horriblemente dolorido tal si pasase la noche en un cajero.Lo conozco bien desde hace tiempo. Lleva años trabajando en una sucursal bancaria.

Aparentemente ha llevado una vida apacible y ordenada. Cierto, todavía mujeriego, asíduo de los puticlubes, presume ante sus amigos de sus conquistas. Está en una esquina, al fondo del local. Alarmado, me aproximo a él. “No sé cómo voy a salir de ésta. Es verdad, le he fallado muchas veces pero, después de siete años, te juro, aún estoy enamorado de ella. No me mires así, esta noche he caminado como un perro extraviado por las calles y callejones de la ciudad. Bebí sin interrupción. Maldita sea, encima a cada instante me daba de bruces con grupos alegres que celebraban la noche de Reyes. No sabía donde meterme, me dolía tanta alegría. Muchos de ellos, padres, habrían puesto los regalos en la habitación de cada uno de sus hijos. Pero, te cuento. Còmo me duele no haber visto la cara de felicidad del mayor, de seis años, cuando, al despertarse se encontró con lo que más le ilusionaba, una bicicleta”.

Mi amigo engullía vodka sin parar.  Quizás  avergonzado no me decía lo sucedido. En un instante, leí en su rostro enrojecido, que era cosa de mujeres. El local estaba lleno. De pronto me miró con sus ojos líquidos: “Ay, la tenía abandonada. El otro día me miró de tal forma que recordé aquella canción de  los Stones , `sácame por ahí esta noche, donde haya música/ y haya gente joven y esté viva` Como  siempre, no lo hice.”

Guardé silencio. Lo miré compasivo, tal vez, como un confesor beatífico. Pasaron minutos, quizás media hora. Nunca me ha gustado ver llorar a un hombre. Sollozó: “Cenamos tranquilos con nuestros hijos. Mira qué cabrón soy, a ella no le regalé nada. No hizo reproches. Al terminar de cenar, los niños ya dormían. Con sigilo, pusimos los regalos en sus habitaciones. Me sorprendió cuando me dijo ´yo sí tengo un regalo para ti`. De nuevo me sentí muy culpable. Ah, las mujeres presienten cuando has estado con otra. El olor, quizá.

Ella se acostó enseguida. Mientras me duchaba, me prometí hacerle el amor como nunca se lo había hecho. Ese iba a ser mi regalo.

Al abrazarla la noté fría. La tomé con fuerza con la vieja postura del misionero. Gemí. Ella permaneció inmóvil. Yo estaba muy excitado. Le  decía muchas cosas al oído. De pronto, con una fuerza de atleta me separó, levantó mi cuerpo. Cómo me lastimó su mirada indiferente. La frase que escupió me persigue sin tregua: ´Sácala, ya no siento nada. Tu regalo está en el balcón´.”
(Hay mucho bullicio en el bar. Con tristeza le miro de arriba abajo. A su lado, en el suelo,  está su maleta.)

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