Opinión

La seducción del mal

Afirmó Truman Capote que si alguien escribe, debe de conocer la condición humana; conocer a personas beatíficas, al poder y a quienes han cometido horrendos crímenes. Siempre me fascinó su obra “A sangre fría”. Capote se acerca a dos sórdidos asesinos que conmovieron a todos los Estados Unidos. Hizo amistad con ellos y sus biógrafos insinúan que se enamoró del más joven, justo al entrar a la silla eléctrica el condenado le dijo en español: “Adiós amigo”.

Sabes, yo como Capote, también conocí a alguien que cometió un despiadado crimen. Su nombre está en el imaginario colectivo de esta ciudad. Para qué ocultarlo: Luciano Expósito, que en la helada madrugada del 7 de febrero de 1988 violó, mató y arrojó al Barbaña a una joven casi adolescente.

Aquellos días la ciudad fue una llamarada. Todo el mundo se lanzó a la calle exigiendo la pena máxima. Conocí y entrevisté al atípico juez Olegario, que llevó el caso. Me dijo que fue de lo más espantoso que tuvo entre sus manos: “Cuando lo llevamos al lugar del crimen, la policía tuvo muchas dificultades para mantener el orden. Nunca vi a un hombre tan frío como él y que negase con tanto ahínco lo que era evidente”.

Te cuento cómo le conocí. En colaboración con la COPE, yo dirigía el programa de radio “Oye cómo va” en la prisión de Pereiro de Aguiar. Un día se acercó un tipo bajo, bien parecido, mirada metálica y que llevaba un siglo entre rejas. Me abordó un poco autoritario: “Quiero colaborar en el programa de radio”. Pronto supe quien era. Me sorprendió no ver en sus ojos ninguna sensación de culpa. Como si la vida no le hubiese dado un gran repaso.

Al fin, los tipos como él, los violadores, son mal vistos en las prisiones. Con frecuencia permanecen aislados. El director de la prisión me sugirió que lo aceptase. Comenzó a colaborar en la sección de música.

Intenté intimar con él. Una tarde me sorprendió: orgulloso, traía en las manos un montón de cartas. Ay, qué extraña es la condición humana. Te juro que eran cartas de mujeres que ansiaban conocerle. No te miento si te digo que más de una le proponía un encuentro vis a vis. En EEUU, a las mujeres fascinadas por estos individuos se las denomina Serial Killer Groupies .

Caminábamos una tarde. Sentí que un frío recorría mis vértebras. Te confieso que en sus ojos vi quien era. Pareció sincerarse: "No fui yo sólo. Ya sabes, delatar es más peligroso que estar en prisión. Y me tocó pagar".



(Salió de prisión en 2003. Lo encontré en un antro, abrevaban allí las camadas del lado oscuro de la ciudad. Se acercó amistoso. Le dije: “Habías decidido irte de esta ciudad”. Me respondió altivo: “He pagado mi culpa, trabajo en un aserradero”. Colgaba de su brazo una mujer atractiva e inquietante. Los tipos como él son seductores natos. Afirman que tuvo relaciones con una mujer de la alta sociedad, que le consiguió el trabajo de maderero. Los psicólogos dicen: “Reconocen a los que son vulnerables”).

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