Opinión

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JUEVES, 13 DE ENERO

Estoy con João Caetano, un amigo lusitano profesor que da clases de portugués e inglés y está escribiendo una biografía sobre aquel maquiavélico presidente Salazar. Mientras hablaba con él, me contó algunas cosas que, la verdad, me cuesta creer pero, cielo santo, son como un cuento de Poe, algo tan fantasioso que sólo podría ocurrir en ese país del fado. Recordemos que Salazar dirigió con mano dura el país desde 1932 a 1968. Mi amigo lo pinta como frío, distante, pesimista, amante del ocultismo, seguidor del papa Pío XII y de la encíclica “Rerum novarum”. Mientras él mandó, Portugal eran fado, fútbol y Fátima.

Pero permíteme hermana, hermano lector, que cuente de mi infancia cuando pasaba las vacaciones en Arzádegos y al comercio de mi abuelo venían los portuguesiños a comprar bacalao y cosas así. Yo los admiraba por lo respetuosos y ceremoniosos que eran. Mi abuelo también los contrataba por su habilidad para burlar a las autoridades, para llevar fardos cargados de contrabando allá hacia Trás-os-Montes. Recuerdo ahora mismo aquel día en que regresaron cuatro pasadores portugueses envueltos en lágrimas porque la Guardia Civil los había detenido. Mi abuelo, generoso, les pagó lo convenido y aún les hizo un obsequio. Competían con los mozos del pueblo sobre quiénes eran más hábiles para dar el salto a la “raia”. Conté alguna vez que en esos años el párroco de Arzádegos, hermano de mi abuelo, iba con frecuencia al otro lado de la frontera a decir misa. Yo le acompañé alguna vez como monaguillo y viene a mi mente el gran respeto con que escuchaban sus sermones, naturalmente en lengua portuguesa. Cierto, mi tío Hilario era como un personaje de García Márquez en “Cien años de soledad”. La iglesia del pueblo era pequeña y él decidió, sin apenas contar con ayudas oficiales, construir una que todavía hoy luce cálida y hermosa.

Alba Noguerol.

Alba Noguerol

Mientras se construía, iban llegando numerosos lusitanos, siempre tan religiosos, a trabajar en la construcción del edificio, por supuesto sin cobrar un escudo.

Pero que no se me vaya la olla, lean lo que me cuenta mi amigo João de aquel dictador portugués. “Su dictadura fue la más larga del siglo en Europa, no olvides que duró cuarenta y ocho largos años. Lo que te cuento, Jaime, está más que documentado. El 3 de agosto de 1968, Salazar tuvo un accidente cuando estaba de vacaciones en su pueblo de Viseu. Tuvo la mala suerte de caerse de una silla y de inmediato lo acosó un derrame cerebral y perdió gran parte de su lucidez. Entonces estaba de primer ministro Marcelo Caetano. Sucedió que eran tiempos inquietantes para Portugal, que ya se enfrentaba en una guerra colonial con sus posesiones de Angola, Mozambique y comenzaban a llegar barcos llenos de cadáveres de soldados de tierras africanas. El servicio militar era de cuatro años y eran muchos los jóvenes que escapaban de una muerte muy probable hacia Francia, donde había una gran comunidad portuguesa. Aún recuerdo yo en Verín cómo subían a camiones y taxis, por supuesto pagando una abultada cantidad de dinero. Ay, algunos conductores desalmados, al llegar a tierras de Zamora, les decían: ‘Ahí, a doscientos metros, está la frontera francesa”.

Invito a João a un buen vino Alma, de aquí, pero él insiste: “Son buenos vinos, pero no pueden competir con los de mi país y mi tierra de Oporto”. Milucho, el propietario del bar, logra dar con una botella de vino Ferreira y llena nuestros vasos, una delicia. João toma carrerilla. “Como te decía, parece un cuento de Edgar Allan Poe, los ministros más cercanos de su Gobierno decidieron ocultar el estado mental de Salazar. Así sucedió, pero lo verdaderamente extraordinario es que en una tremenda comedia lograron que Oliveira Salazar continuase creyendo que él era el presidente. Lo trasladaron a su residencia, fabricaron cada día periódicos falsos, telediarios de mentira exclusivos para él y murió el 27 de julio de 1970 convencido de que era el primer ministro. Cuentan que hasta llevaron actores representando a embajadores y reunían público para que él disertara en un discurso. Esto, Jaime, sólo puede ocurrir en un país como el mío. No hay que olvidar que Salazar controlaba y dirigía la PIDE, la torturadora y sangrienta policía política que estudió incluso los métodos de la Gestapo. Las prisiones estaban llenas de presos políticos y Portugal era un nido de delatores”.

Le pregunto a João sobre el libro que está escribiendo del dictador. “Llevo dos años investigando y hay una parte de la historia que se oculta. Cuando vuestro general Franco se reunió con Hitler en la estación de Hendaya el 23 de octubre de 1940, se cuenta que Franco pidió muchos territorios africanos a cambio de entrar en la guerra con el Eje. Es bien cierto que Hitler dijo: ‘Prefiero que me saquen tres dientes a volver a hablar con este fulano’. Pero hay ciertas informaciones secretas y sin desclasificar que afirman que vuestro general también le pidió invadir Portugal. Que no te extrañe que Salazar temiese esa invasión, la historia dice que vosotros ya lo habíais intentado en tres ocasiones, la última con un ejército franco español que fue derrotado hace más de dos siglos”.

La botella del vino Ferreira ya está medio vacía y, claro, yo le pregunto sobre sus investigaciones de la relación entre Franco y Salazar. “Es bien sabido que el dictador portugués apoyó a Franco durante la Guerra Civil. Devolvía a los republicanos refugiados e incluso colaboró con un pequeño batallón. Las relaciones siempre fueron buenas, pero se sabe que Salazar, que era elegante, culto y doctor en derecho, muy influido por la cultura inglesa, siempre se sintió superior y un tanto despectivo con su general victorioso”.


(João me da una palmada y me dice: “Bom vino, irmão. ¿Verdad que no tiene nada que envidiar a los vuestros?”. Como si saltase la vieja rivalidad entre nuestros dos países vecinos, le suelto: “Mis amigos portugueses siempre presumen de que tienen mejores poetas que nosotros. No creo que eso sea verdad. Recuerda a Lorca o a Machado”. João da un largo trago: “Nosotros tenemos el fado y somos más líricos, pero, irmão, te concedo que vuestros pintores son mejores, como Goya o Murillo…”)

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