Opinión

A través de la tormenta

JUEVES, 30 DE MARZO

Estoy con un hombre que ha estado en casi todas las catástrofes de los últimos veinte años. Por supuesto, prestando ayuda a los más vulnerables en diferentes continentes. “Cuando era muy joven era ya rebelde, estudié económicas y supe que mi vocación era caminar y socorrer al más desvalido. Ya cuando era niño crecía el idealismo en mí y soñaba con cambiar el mundo”. Acaba de llegar de Turquía donde colaboró en la búsqueda entre los escombros de seres humanos con vida. Ay, desaparecieron algunos perros de rescate de su grupo.

Pero te cuento, hermana, hermano lector, de quién hablo: se llama Luis Álvarez Martínez, ourensano, tiene raíces asturianas. “Ya conocí el sufrimiento de niño, cuando mi abuelo minero salía agotado del pozo y con el rostro tiznado. He tenido unos maravillosos padres que me educaron en valores como la solidaridad. Recuerdo, una tarde, tendría yo diez años, estábamos en un mesón de la ciudad. De pronto, entraron unas prostitutas. Eran aquellos años, los clientes se apartaron y las miraron con desprecio. Mis padres, sin embargo, las acogieron con amabilidad y calidez. Esa fue una lección para mí”. Ay, yo fui amigo de su padre, Paradela, buena gente, quizás lo recuerdes en su etapa de piloto de rallyes. Y su madre, Mabel, siempre al frente de su tienda, como David contra Goliat, luchando contra las grandes multinacionales. 

Estoy hablando con Luis en un café. Inevitablemente le pregunto por su experiencia con Vicente Ferrer con el que trabajó en la India. “Estar a su lado me enseñó mucho, era un hombre osado, creyente, ya sabes, fue jesuita pero al casarse con Anna Ferrer abandonó la orden. Mira tú, sabía perder, me decía: ‘Siempre hay que confiar en la providencia’. Yo no me lo creo mucho pero, cierto, me encontré a veces en situaciones que no parecían tener salida. Y de pronto, misteriosamente se resolvían”. Ahora se ríe Luis: “También tenía un punto de encantador de serpientes, tal vez necesario para lidiar. Aprendí a ser más generoso, menos competitivo, a tener menos ego y que hay que estar a pie de obra en el lodo. Sus claves: observación, acción, reflexión. Decía: ‘La ideología divide, la acción une’. Recuerdo que un día me dijo: ‘Luis, estás comprando corazones’. Entendí que no lo estaba haciendo mal”.

Luis ha estado en muchos países del tercer mundo y ha visto tantas calamidades. Él toma una infusión y yo le hago la eterna pregunta: “Luis, ¿es verdad que el hombre es un lobo para el hombre?”. Se queda pensativo, me mira con tristeza: “Es lamentable, pero tengo que decirte que es cierto. He visto tantas cosas atroces, cortar las manos a los niños para que pidan. Ya sabes, los animales sólo luchan por la comida, pero el hombre es capaz de torturar sin compasión hasta el límite”.

Le insisto: “Recuerdo que el Padre Silva decía ‘Los hombres del mal son más fuertes que los que buscamos la luz”. Reflexiona mi amigo: “Estoy de acuerdo en gran parte, pero no creo que sean más poderosos, sino simplemente mucho más astutos”.

Luis, ahora, trabaja en emergencia humanitaria. Allá donde está la catástrofe, va con los suyos, ya por su experiencia como coordinador. Me insiste: “La acción es lo importante. Dijo Vicente Ferrer ‘Yo he demostrado que se puede erradicar la pobreza’. Creo que todos tenemos una misión universal, hacer el bien”.

Le digo: “De alguna manera eres un hombre límite, te emociona estar allí”. Responde: “Nunca lo había pensado, tal vez tengas razón, pero soy sobre todo un rebelde. Es muy importante la gestión y trato de ser pragmático”. Va y le espeto: “Hemos llegado a un punto con demasiados escándalos y muchas ONG están desacreditadas. Yo mismo he visto en las fronteras de Mauritania cómo los líderes de algunas organizaciones vivían a cuerpo de rey en hoteles de cinco estrellas. Y en muchos casos se ha demostrado que gran parte del dinero se queda por el camino”. “Tal vez ocurra, pero con frecuencia tienen que vivir ahí para protegerse. Pero, desde hace años, por ejemplo, la Fundación Vicente Ferrer tiene la transparencia y la rendición de cuentas como premisa esencial. Ese el camino”.

Le sugiero: “Tú, que visitas tantos países, tendrás muchos problemas en las aduanas”. Me dice: “Es difícil explicarlo, pero yo me presento con dignidad, con convicción, firmeza y le digo al policía directamente: ‘Vengo a hacer algo por su país’, así de rotundo. Pues jamás he tenido problemas. Me miran y ni siquiera me revisan”.

“¿Qué es lo que más te duele, Luis?”. “La falta de lealtad y la traición, que desgraciadamente he conocido. También la hipocresía”.

(Luis da el último trago. Nos levantamos. Justo antes de irse le pregunto por Ourense. Mueve la cabeza tal vez dubitativo: “Como en tantas ciudades pequeñas, hay mucha crítica. Decía Teresa de Calcuta que la crítica es el cáncer del corazón, se cuestiona mucho, demasiadas desconfianzas, la envidia que ronda. Hay que prestar atención para que no te hagan peor persona. Pero por otro lado sorprende la cantidad de artistas, de gente talentosa, músicos y pintores por todas partes. No es baladí que le llamaran la Atenas galaica”.

De pronto se detiene, me mira, nos damos la mano y aún dice: “Con frecuencia nado Kilómetros por el río. Bueno, Jaime, escribe que ‘A través de la tormenta alcanzaremos la orilla”).

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