Opinión

Tumba sin numerar

Ayer subrayé la cita de un clásico: “Desdichado el pueblo que abandonan lo que ama”.

Recuerdo la cita con tristeza, ahí esta Club Deportivo Ourense en ruinas, en una tumba sin numerar de un cementerio olvidado.

Contempla tú, ourensano, la ciudad. Observa los cuatro pajarracos de mal agüero y las estatuas sucias allá en el jardín del Posío. Mira ese monstruoso muñón de la ciudad, esa bandera vencida, la vieja cárcel de Progreso. Camina y observa: ahí están las viejas paredes de la Regidora, del Hotel Barcelona y tantos edificios abandonados. Divisa, parten los jóvenes con sus títulos universitarios igual que antes partieron sus abuelos con maletas de madera al extranjero. Escucha el blues de los tenderos de Auria: “Se vende, se traspasa ¿recuerda usted la segunda virtud teologal?”

El telégrafo sonó sin cesar “SOS, CD Ourense”. Voces metálicas insistieron: “Hay que dejarlo morir”. Qué torpes, qué irresponsables y qué falta de imaginación de los directivos.

A última hora, una semana antes de que todo concluyera, cuando el club era un cadáver, apareció una romántica plataforma de seguidores. Intentaron el milagro de Lázaro: “Llegasteis muy tarde, muchachos”.

Mirad, ayer mismo me dijo Yosi, de Los Suaves: “He vestido en conciertos la camisola roja del club. Todos los domingos voy al fútbol. Estábamos dispuestos a hacer un gran concierto en el Couto; con el apoyo de la prensa y los socios llenaríamos el estadio, tal vez reduciríamos a la mitad lo que se le debe a los jugadores. Todo era cuestión de acción”.

Pintores y artistas estaban dispuestos a donar cuadros y esculturas. El Celta se ofreció para jugar un partido. Vendrían más equipos de postín. Todo consistía en crear “el clima”.

El mal viene de atrás. Larga lista de políticos y directivos presuntuosos y torpes.

Miren lo único que hicieron estos nefastos dirigentes actuales: una rifa de un coche de “segunda mano”. Pusieron un cuchitril pequeño y sin gracia en el Paseo. Vamos, parecía que la mesa estaba allí para firmar el pésame por el difunto..



(En las desvencijadas oficinas del club queda un hombre solitario, doliente y empalidecido. Allí está, rodeado de trofeos oxidados, de expedientes marchitos de jugadores. El teléfono y la luz hace mucho que fueron cortados. El agua permanece por solidaridad con los jugadores.

Raúl Rois, el perpetuo delegado, estuvo en todas la batallas de estos últimos veinte años. Contempla la foto en sepia: la inolvidable Concha, sus platillos, su puro y su amor al Ourense. Ahora Raúl tiene la mirada fija a través del ventanal. Está solo. Pulsa el botón y suena el entrañable himno del club que alguien compuso en los años 50. “Desdichado el pueblo que abandona lo que ama”.

Te puede interesar