Opinión

Úsalo solo en momentos clave

La gesta bien merece un bardo que la cante. El entrenador, ojos de cera, miró a las pupilas de cada jugador y no les dio otra instrucción que esta: “Quiero que te dejes el alma en el partido”. Al fin, Luisito, de tierras compostelanas, también tiene algo de poeta: hombre menudo, fibroso y de mirada de fiebre.

Antes de saltar, en el vestuario, los futbolistas eran locomotoras ardiendo. Cuando tienes un sueño que cumplir, el hálito te sube por la espina dorsal. Sabes que va a ser difícil el camino, hay camisas abandonadas de serpientes.

Saltaron al campo tal si hubiesen firmado el decreto de una ejecución. El portero uruguayo tiznó algo en su portería, tal vez un signo cabalístico que le había enseñado un hechicero en Montevideo: “Úsalo solo en los momentos claves de tu vida”.

Mientras se ataban las botas, los más veteranos convocaron el espíritu de los grandes jugadores que tuvo el club y que estuvieron en este mismo vestuario: Miguel Angel, el mejor jugador que dio la ciudad; Wilson, Pataco, Riberita, Cabido, el viejo capitán Nando. Todos rondaron como huéspedes luminosos por allí. En una esquina, la cabeza llena de grapas, el veterano delantero centro parecía uno de aquellos heroicos jugadores de posguerra que labraron la leyenda de ‘la furia española’. En el tenso vestuario, Charlie Parker tocó, con su desvencijado saxo, el blues herido de esta provincia olvidada.

Era un momento histórico. Quizás el partido más importante de la historia del club. No debe haber casos similares. Cinco meses si percibir un euro. Los modestos jugadores han sobrevivido prestándose dinero unos a otros; dejando cuentas en los supermercados; acudiendo discretos al banco de alimentos, y corre el rumor de que alguno visitó el comedor social. Aficionados metieron billetes en sus bolsillos. Se celebraron cenas para reunir dinero y socorrer a los más necesitados.

Me cuentan: los altos dirigentes venidos de Madrid se conmovieron tanto que prometieron darles el cheque generoso en breve. Prometieron traer a una de las ‘selecciones’ al Couto, y ayudar en los males burocráticos que acosan al club. La pancarta “Engañados y abandonados” empalideció a los ineficaces directivos locales.

Todo fue demoledor. Esa frase que usan los comentaristas de deportes, “la afición llevó al equipo en volandas”, fue cierta. Los jugadores ya no son de aquellas generaciones de los sesenta: hay abogados y un puñado de universitarios en el equipo. Recordaron: “El pueblo unido nunca será vencido”. La solidaridad que creció entre ellos se notó en el campo y los hizo invencibles.



(A veces sólo se necesita una mano, una mano que se abra generosa y nos devuelva la alegría. Se cantó la Rianxeira, sonaron Los Suaves y el hechizo cubrió el estadio.

Estaban allí los hijos de Auria, el estigma de Calpurnia y, al otro lado, el blues manchego, la tierra de la Mancha. Una vez más, Don Quijote regresó mal parado y derrotado.

Los niños corrieron por la hierba abrazándose a los jugadores. Todos recuperamos la autoestima. Los viejos aficionados permanecieron de pie largo tiempo, sabedores de que “hay que atrapar lo bello, que escaso aparece”. El corazón doliente de la ciudad sonó con júbilo. La débil lluvia trajo algo fantasmal a la tarde. Jugaron como el verso limpio de un poeta con duende.

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