Opinión

Vendedores clandestinos

El ángulo inverso

JUEVES, 1 DE JUNIO

Era el 73, recuerdo bien que nos dieron unas entradas en la Escuela de Periodismo y allá me fui al estreno en el Teatro Eslava de “Anillos para una dama”. Recuerde el hermano lector que la obra no pasó la censura allá en el año 71. Es más, en aquellos días, la banda de Guerrilleros de Cristo Rey que lideraba aquel siniestro notario Blas Piñar, apedreaba un día sí y otro no la librería Machado, que exponía también obras de Antonio Gala.

Aquel día del estreno, en la fila había cierto nerviosismo por si aparecían los fulanos de Blas Piñar con sus bates de béisbol. Te cuento de la obra. Se basa en eso tan español que es la honra. Cervantes ya escribió que por la honra se puede jugar la vida. Dos años después de morir el Cid en Valencia, su viuda, doña Jimena, quiso olvidar su pasado y enamorarse. La clave es que el rey don Alfonso se lo prohibió, ella tenía que ser una leyenda y ejercer de viuda de Rodrigo Díaz de Vivar. Gala se inspiró en Jacqueline Kennedy cuando decidió no ser la viuda de América y, ante el asombro general, se casó con el millonario Onassis. En siglos pasados, los aristócratas decían que el amor es cosa de criados y que los nobles han de desposarse por cuestiones políticas o por engrandecer su país. Ay, doña Jimena no pudo quitarse los anillos de esposa del Cid.

Quizás sea la mejor obra de Antonio Gala. Cielo santo, qué generación de actores tan brillantes que nos aliviaron en la larga posguerra y los largos años de la televisión en blanco y negro. En la obra estaba la inolvidable María Asquerino. También José Bódalo, Charo López, Armando Calvo. No recuerdo cuántas veces se levantó el telón aquella noche.

Todos suspiraban por una obra de don Antonio Gala. La anécdota es que Concha Velasco no era muy del agrado del autor. Pero ella fue persistente, aparecía en todas las conferencias y actos de Gala, a veces teñida de rubia, a veces de pelirroja, a veces de mujer fatal, para que el escritor se fijase en ella. Cuánto le costó.

Pero hablemos de Gala. Noventa y dos años. Murió “de olvido”, dicen los suyos. No sé si cumplieron su deseo y colocaron el epitafio que él quería: “Murió vivo”. Nadie como él definió el amor. Escribió estas abrasivas palabras: “El amor siempre rompe. Al llegar y al salir. A sangre y fuego entra. Y a sangre y fuego se va”. Solía decir: “El amor sin dolor es una bobería, tiene que haber transgresión”.

Jamás escondió su homosexualidad y le gustaba definirse: “Soy mejor amigo que amante”. Feminista a manos llenas, escribió: “Las mujeres son los seres más completos del planeta”. Fue muy prolífico, treinta obras de teatro, trece novelas, seis libros de poesía y un puñado de libros de sus artículos. Por supuesto, recibió premios pero probablemente la envidia o su estilo “arrolladoramente personal” impidieron que entrase en la Real Academia de la Lengua o recibiese un merecido Cervantes.

Ahora, en primavera, es buen tiempo para leer las obras de este cordobés y andaluz universal. Un justo tributo. Personalmente te recomiendo “El manuscrito carmesí” que es algo así como la memoria colectiva de España.

(En aquellos años, había un montón de libros prohibidos. Todo tenía que pasar por el ojo de cíclope del minucioso censor. Aquí, en la trastienda de la librería Tanco, el poeta Antón Tovar aconsejaba sobre los libros prohibidos. Pero te cuento cómo conocí a Antonio Gala. Testigo y cómplice es mi compadre, el poeta Antonino Nieto. Yo tenía dos compañeros de la Escuela de Periodismo, leoneses, que tenían familia en París y con frecuencia les enviaban maletas de libros de autores prohibidos en España. Eran de la mítica editorial Ruedo Ibérico. El negocio era así: algunas veces los acompañé, cuando andaba mal de dinero. Allá íbamos, por ejemplo al Café Gijón, y ofertábamos con éxito los libros. Pues, créeme, hermano lector, uno de nuestros mejores clientes era Antonio Gala. Lo veo ahora, allá al fondo, su bastón, su mirada pícara y sabia: “¿Qué me traéis, chicos?”).

VIERNES, 2 DE JUNIO

Ay, Luz, cómo te adoran en el país galo. Acaban de hacerte comendadora de las Artes y las Letras de Francia. No hay premio más importante. No me extraña, en mis tiempos en París, la reina era Edith Piaf. Cuántas veces escuché “Non, je ne regrette rien”. Recuerdo, Luz, cuando te conocí en el 83 ya tenías la melancolía atada a la cintura y eso siempre conmueve a los franceses. Llenaste cinco días seguidos el local más importante de París. Llevas en los ojos tu infancia peculiar. Tu amiga, la alcadesa de París Ana María Hidalgo Aleu, hija de republicanos españoles, siempre llora cuando escucha “Piensa en mí”. Yo también.

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