Opinión

Que la vida iba en serio

Miércoles, 5 de mayo

Camino por las calles de Ourense, solitario. Como si una extraña melancolía cubriese la ciudad. Hace tristeza en las calles. Catorce meses acosados por las tinieblas, los ciudadanos pasan a mi lado y yo me pregunto qué dicen sus rostros. Busco la palabra justa. Ahí viene un hombre que se cruza conmigo, ojeroso, va como muy cargado de sí mismo, como desconcertado, y la resignación está instalada en su rostro. Como si fuese envuelto por todas las heridas que padeció este trozo de mundo. Hoy es cierto el poema de Valente que nos describe: “Pequeña ciudad sórdida, perdida, municipal y oscura”.

De pronto, me encuentro con un grupo de jóvenes casi adolescentes que se abrazan jubilosos. Ay, ojalá tarden en conocer el verso: “Que la vida iba en serio/ uno empieza a comprenderlo más tarde”.

Pocos niños. Un perro abandonado. En la esquina aguanta el tipo, un músico callejero extranjero que toca el blues de este Ourense en lágrimas. Jose, el eterno barman del Latino, me sirve cómplice un café rotundo. “¿Cómo va la vida?”. Le respondo: “Regular, que era lo que siempre decía el cantautor José Antonio Labordeta”. En la mesa, una revista: “El rey corrupto resiste en su madriguera como gato panza arriba”. Más abajo, otro titular: “La princesa ha ido a los toros y está triste porque ningún torero le brindó”. Me empujo el café y me recuerdo que un día iré al Café Tortoni, en la Avenida de Mayo 229 de Buenos Aires, donde Borges escribió: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan”. Al fondo de la sala hay una chica solitaria. Ay, no me atrevo a decirle la cita de Oroza: “Te cambio el café por que me mires”. Cielo santo, quizás el gin tonic, en un flash veo cómo avanza el sacerdote con los santos óleos por la calle a socorrer a una moribunda. El monaguillo va repicando la campanilla. Era yo con doce años y aún hoy me persiguen los ojos muy abiertos de la anciana en su suspiro. Me santiguo, como hacía mi madre. Salgo del local. Camino. Pienso que los hombres siempre quieren dejar huellas y las zorras viejas las borran con el rabo. En un banco está la solitaria mujer de negro, ya sin su madre, como siempre su equipaje al lado. Como siempre, nos mira desde su secreta desolación.

Sacude la cabeza, recuerdo la cita de Benedetti: “Estoy vivo, y no es malo estar vivo”. 

ALBA FERNÁNDEZ

Jueves, 6 de mayo

Hoy la tertulia ha sido muy conflictiva, incluso hubo gritos y enfados. Hay que joderse, nosotros que tenemos como lema conversar como gentelmen, con respeto y sin alzar la voz. Bien cierto, si vas por Europa y escuchas a alguien hablar alto no falla, es un españolito que vino al mundo.

Estábamos todos, el pintor, el abogado y músico, el psiquiatra, el profesor y un servidor de ustedes. Recuerde el hermano lector, lectora, que abatidos por estos tiempos inciertos, decidimos hacer un viaje. La cosa estaba complicada. Tuvo gracia el profesor cuando dijo: “Irnos a Ámsterdam o a Venecia está más gastado que un refrán viejo”. “Irnos a recorrer las tumbas de los escritores que amamos no está mal, pero regresaríamos llenos de melancolía enfermiza”, esto dijo el pintor. El abogado insistió en irnos quince días a Angola con la ONG en la que él trabaja. El profesor, que hoy lideraba la tertulia: “No, no, nuestro destino ha de ser curarnos a nosotros mismos en los bosques frondosos”.

Hubo un largo silencio. Sobre la mesa estaba su propuesta de irnos a la vieja Guinea española. Conque puso el ordenador en marcha y nos mostró la carta de su alumno guineano: “Querido profesor, usted está siempre en mi corazón africano; me enseñó a amar a los escritores españoles en esos dos años que pasé a su lado. Le ruego que acepte mi invitación. Pertenezco, aunque lejanamente a la familia del presidente Teodoro Obiang. Tendrán todas las facilidades…” El profesor nos dice ilusionado: “Pronto se celebrarán allí festejos para que la maldad los ignore. Él sabe que nosotros no somos turistas y que queremos conocer lo más oculto de las islas. Nos llevará a playas secretas en la isla de Broko donde se celebran ceremonias con sacrificios prohibidas para los blancos. Él es humilde pero allí es poderoso y no va a haber tabúes para nosotros. Conoceremos al señor de los tambores que llama a los espíritus de nuestros antepasados. Hemos de ir con la mente muy abierta porque veremos cosas que a los europeos nos costará digerir. En alguna carta me contó del hechicero que descubre la cuota de desgracias que te tienen asignado los seres que habitan tras el velo. Y si somos buenos andarines, llegaremos hasta los pigmeos que viven en las profundidades de la selva”.

(Gin tonic va, gin tonic viene, todos escuchamos conmovidos y pasmados al profesor. Pero enseguida comenzaron las voces en contra. El abogado dijo: “Por ética me niego a hacer ese viaje. Iremos a un país que tiene como presidente a un hombre con una lista de atrocidades tremenda. Fueron frecuentes los asesinatos crueles. Hay hambre, miseria y miedo, mucho miedo. Obiang es como aquel emperador Bokassa, caníbal y terrorífico”. Interviene enseguida el profesor: “Sí, sí, pero nuestro rey le abrazó, Bush se fotografió a su lado y hasta tiene la nacionalidad española. La política no tiene que ver con nuestro viaje. Nosotros vamos a conocer el alma africana y a enriquecernos con nuestras experiencias. Y vamos invitados por un amigo”. El abogado dice casi enfurecido: “Leed, esto lo saqué de internet. Literal propaganda suya en las elecciones: ‘El presidente Obiang es un dios, está permanentemente en contacto con el Todopoderoso y puede matar a cualquiera sin que nadie le pida cuentas’. Como había petróleo, todos los países lo cortejaron, sólo tuvo cojones el presidente Carter, que se llevó de allí la embajada y jamás tuvo tratos con él”.

La discusión se alargó; decidimos votar para viajar cuando escampen las tinieblas. El profesor dijo: “La única condición que me puso mi alumno es que a donde lo acompañásemos no hablaríamos nunca de política”. Te juro, hermano lector, lectora, así quedó la votación. Hubo un no, dos abstenciones y dos síes. Al concluir, brindamos por nuestra amistad, ella nos protegerá como un amuleto.)

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