Opinión

La visita del desencanto

Insisto, préstale atención a las películas españolas que pasan a las diez de la noche en la segunda cadena. Algunas son conmovedoras. Esta semana pasaron dos filmes inquietantes, desgarradores. En la tertulia, alguien los etiquetó de ‘cine peligroso’ y está en lo cierto.

Te hablo de “El mundo sigue”. Demoledora. No es extraño que estuviese prohibida tantos años. Es la película maldita del llorado Fernán Gómez. Rodada, casi toda, en la plaza Dos de Mayo, debía ser obligatorio verla para que no olvidemos décadas pasadas de silencio.

Ah, la sordidez más puñetera, el rancio autoritarismo del padre de bigote estrecho, las extensas escaleras mal iluminadas; no funciona el ascensor. El maltrato a la mujer, la ludopatía, los odios familiares y los ojos severos del censor.

Te digo, jamás había visto a Fernando Fernán Gómez tan auténtico. Nos deja atónitos: muestra una época de beatería genuflexa, la alienación más paranoica y la dignidad que se trueca por un anillo de oro. 

Ay, esa película que temí ver de nuevo. Ya sabes, “El desencanto”: los jodidos hermanos Panero y su padre, poeta amado por el general ferrolano. Quizás ya te haya hablado de Leopoldo Panero hijo, el poeta maldito de cabecera de los 70. Lo conocí bien. Se definía en su verso: “Me miro al espejo/ y me doy miedo”. 

Te cuento, temía sus visitas de madrugada, entraba en estampida con su vozarrón de amante de los excesos; en un ‘pispás’ desvalijaba mi nevera. El cabrón, como un can adiestrado, olfateaba donde tenía escondido el licor café, su elixir más deseado. Se me apalancaba en el sillón. No tenía alternativa: llamaba a su madre Felicidad Blanc. Lo bajábamos con dificultad al taxi, rumbo a la calle Ibiza 33, donde vivían. 

Después, todo el mundo lo sabe, su hogar fueron los manicomios de Madrid, Mondragón y Las Palmas. Ay, los vecinos recuerdan su dolorida y encorvada figura, prematuramente envejecida, caminando solitaria por su playa favorita. A veces, algún libro talentoso que le publicaba ediciones libertarias. “Fue el fracaso el que me enseño a escribir”, dijo en su última entrevista.

(Quizá no debía haber visto “El desencanto”. Aquella generación desgraciada me visita en tropel cada vez que la veo. “La literatura no es nada si no es peligrosa”. 

Mientras esparcían las cenizas de su madre en Donostia, Leopoldo exclamó: “Mamá, ¿estás triste en el cielo?”)

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