Opinión

Aconfesionalidad, laicidad y laicismo

Laicismo no es laicidad. Laicismo es lo contrario de la libertad. La laicidad consiste en el reconocimiento de que el orden espiritual y el orden civil discurren por itinerarios autónomos, tienen leyes propias, pero se entienden y relacionan, no desde el antagonismo o la confrontación, sino desde el respeto y la complementariedad. La laicidad es de origen cristiano y trae consigo la doctrina de la aconfesionalidad del Estado, entre nosotros de relevancia constitucional. La aconfesionalidad no significa, como les gustaría a algunos, persecución o agresión de la libertad religiosa, sino afirmación de que el Estado no dispone de religión oficial y que ha de ser neutral ante las diferentes y legítimas expresiones de la libertad en el plano espiritual. Es decir, un Estado aconfesional como el nuestro ha de promover, porque lo dice el artículo 9.2 y 10.1 de la Constitución y porque lo enseña el sentido común, que todos los españoles podamos ejercer en libertad nuestras convicciones, con el único límite del orden público y el derecho a la intimidad de los otros. En otras palabras, el Estado tiene la obligación de disponer los medios que sean necesarios para garantizar el ejercicio de esta dimensión de la libertad atendiendo, como también dispone el artículo 16 de la Constitución, a las convicciones religiosas mayoritarias de la población, guste o no guste.

En fin, hoy, más que antes, es menester defender el ejercicio de la libertad, con pleno respeto a las ideas de los demás, aunque sean distintas a las nuestras. Los problemas de ausencia de libertad o de espacios para su ejercicio se curan con más libertad. Por eso, frente al vendaval de intolerancia que genera el pensamiento único, tenemos una gran oportunidad para vivir con mayor congruencia y hondura nuestras convicciones y permitir que los demás hagan lo propio. Imponer desde el poder público una determinada forma de entender aspectos esenciales de la vida humana es, sencillamente, inaceptable, intolerable, rancio y antihumano. Así de claro.

Laicismo no es laicidad. Laicismo es lo contrario de la libertad. La laicidad consiste en el reconocimiento de que el orden espiritual y el orden civil discurren por itinerarios autónomos, tienen leyes propias, pero se entienden y relacionan, no desde el antagonismo o la confrontación, sino desde el respeto y la complementariedad. La laicidad es de origen cristiano y trae consigo la doctrina de la aconfesionalidad del Estado, entre nosotros de relevancia constitucional. La aconfesionalidad no significa, como les gustaría a algunos, persecución o agresión de la libertad religiosa, sino afirmación de que el Estado no dispone de religión oficial y que ha de ser neutral ante las diferentes y legítimas expresiones de la libertad en el plano espiritual. Es decir, un Estado aconfesional como el nuestro ha de promover, porque lo dice el artículo 9.2 y 10.1 de la Constitución y porque lo enseña el sentido común, que todos los españoles podamos ejercer en libertad nuestras convicciones, con el único límite del orden público y el derecho a la intimidad de los otros. En otras palabras, el Estado tiene la obligación de disponer los medios que sean necesarios para garantizar el ejercicio de esta dimensión de la libertad atendiendo, como también dispone el artículo 16 de la Constitución, a las convicciones religiosas mayoritarias de la población, guste o no guste.

En fin, hoy, más que antes, es menester defender el ejercicio de la libertad, con pleno respeto a las ideas de los demás, aunque sean distintas a las nuestras. Los problemas de ausencia de libertad o de espacios para su ejercicio se curan con más libertad. Por eso, frente al vendaval de intolerancia que genera el pensamiento único, tenemos una gran oportunidad para vivir con mayor congruencia y hondura nuestras convicciones y permitir que los demás hagan lo propio. Imponer desde el poder público una determinada forma de entender aspectos esenciales de la vida humana es, sencillamente, inaceptable, intolerable, rancio y antihumano. Así de claro.

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