Opinión

Democracia y valores

La reciente publicación del último latinobarómetro en estos días constata el preocupante nivel de aceptación de la democracia en esta región del globo. Desde 1974 más de cuarenta países han “abandonado” los sistemas autoritarios o dictatoriales para engrosar las filas del movimiento democrático. Recientemente, algunas naciones se han apuntado, como sabemos, a la tiranía. En no pocos países formalmente democráticos la separación de poderes es una quimera y la tentación, a través de los populismos, de aplicar el pensamiento único es una inquietante posibilidad.

Los peligros que acechan al sistema democrático no son pequeños: el auge de la autodeterminación ha resucitado conflictos étnicos de funestas consecuencias y, sobre todo, la enorme disparidad económica entre el Norte y Sur suscita inestabilidad y problemas en lo que se refiere a la explotación de los recursos naturales. Además, los avances tecnológicos pueden provocar que las armas nucleares sean utilizadas ilegítimamente, especialmente en áreas de conflicto. Ahora bien, los peligros y la autocrítica de la democracia sólo pueden combatirse eficazmente si los valores propios, los valores genuinos del ideal democrático son encarnados por todos los ciudadanos. 

  Fukuyama, en su célebre teoría del final de la historia, decía que tal vez podemos ser testigos del punto final de la evolución ideológica del hombre y de la universalización de la democracia liberal del Occidente como la forma definitiva del gobierno humano. Algo que la realidad se empeña en contradecir tozudamente. Personalmente deseo que la democracia, vivida de acuerdo con sus principios, sea el sistema definitivo de gobierno, pero dudo que la evolución ideológica del ser humano haya llegado a un punto sin retorno. Ken Jowitt autor, entre otras teorías, de la tesis de la “extinción leninista” señaló hace tiempo que el vacío creado a raíz del derrumbamiento marxista puede ser colmado por nuevas ideologías, alguna de las cuales, en forma de populismo, gobierna en varias latitudes y en el viejo continente va ganando adeptos gracias a la incapacidad de los partidos tradicionales por ofrecer soluciones reales a los problemas reales de los ciudadanos y por la creciente corrupción que los está devorando. 

  Precisamos, el mundo actual precisa, de personas con cualidades democráticas; de ciudadanos que aspiren vivir en clave de valores, de ciudadanos que estén en sintonía con la grandeza que encierra la dignidad humana y quieran defenderla con una vida íntegra, responsable y libre. La educación ciudadana, si promueve y defiende los valores democráticos sin ceder a la tentación del adoctrinamiento, puede ser desde luego un buen instrumento para fortalecer las cualidades democráticas. Falta nos hace.

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