Opinión

Moderación y convicciones firmes

Está bastante extendida la idea, peregrina y falsa, de que la moderación no es más que la expresión de la indefinición, de la doblez, de la tibieza o de la pusilanimidad. Nada más alejado de la realidad. Sin convicciones, sin convicciones firmes, la moderación no es tal, o no existe. 

La moderación en política es, entre otras cosas, un ejercicio de relativización de las propias posiciones. Las políticas radicalizadas, extremas, hoy en el candelero en las elecciones del 4-M,  sólo se pueden ejercer desde convicciones que se alejan del ejercicio crítico de la racionalidad, es decir desde el dogmatismo que fácilmente deviene fanatismo, del tipo que sea. 

Como bien sabemos desde larga data, y lo hemos experimentado tantas veces,  toda acción política es relativa. El único absoluto asumible es el ser humano, cada hombre y cada mujer concretos, y, sobre todo, su dignidad, que es la manifestación y fundamento de esa indisponibilidad que caracteriza la vida humana. Ahora bien, en qué cosas concretas se traduzcan aquí y ahora tal condición, las exigencias que se deriven de ellas, las concreciones que deban establecerse, dependen en gran medida de ese “aquí y ahora”, que es por su naturaleza misma, variable. 

La moderación, lejos de toda exaltación y prepotencia, implica una actitud de prudente distanciamiento, de asunción de la complejidad de lo real y de nuestra limitación. La complejidad de lo real no es una derivación del progreso humano, de los avances científicos y de la tecnología, por mucha complejidad que hayan añadido a nuestra existencia. Más bien los avances de todo tipo nos han hecho patente esa complejidad. Los análisis simplistas y reduccionistas, hoy a la orden del día por los populismos de unou otro signo,  se han vuelto a todas luces insuficientes, no sólo para el erudito o el experto, sino para el común de la gente. Justamente los medios de comunicación, el progreso cultural, la información, han permitido a una gran parte de la ciudadanía constatar de modo inmediato, con los medios a su alcance –simplemente con la información diaria que ponen a su disposición la prensa, la radio o la televisión-, esa complejidad. 

El simplismo y la demagogia, enemigos declarados de la moderación y del sentido del equilibrio, son el campo abonado para ese populismo autoritario, de uno u otro color, que hoy campa a sus anchas, dividiendo a las sociedades. Por eso, es tiempo de políticas y políticos comprometidos con los valores democráticos, que aporten experiencia y conocimientos a la vida pública, que tengan mentalidad abierta, metodología del entendimiento y sensibilidad social.  Que trabajen desde la realidad, con la razón, conscientes de que el centro de la acción política está en la dignidad humana. Cuanto precisamos de esa moderación, cuanto.

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