Opinión

El pensamiento líquido y el COVID-19

Zygmunt Bauman, famoso sociólogo polaco de origen judío fallecido en enero de 2017 en Leeds, ciudad en la que se estableció en 1972 para enseñar en su Universidad tras ser declarado persona non grata por el régimen comunista polaco en 1968. Mundialmente se le conoce como el intelectual que puso en circulación en 1999 la idea de la modernidad líquida, esa característica de la organización social en la que todo es pasajero, inaprehensible, en continua y constante transformación. Hoy, su pensamiento está de gran actualidad a causa de esta pandemia que tan fuerte nos golpea desde tantos ángulos, desde tantos puntos de vista, no sólo, aunque sea el más importante, el sanitario. 

Bauman tuvo una infancia difícil. Con solo 13 años, nació en 1925, su familia tuvo que emigrar a la URSS escapando de la invasión nazi de Polonia. Se alistó en la división polaca  del ejército comunista  y fue condecorado en 1945. Volvió después a Polonia y compatibilizó la milicia con los estudios universitarios y la participación activa  en el partido comunista, hasta que las purgas de 1968 le obligaron a tomar el camino del destierro. Primero en Tel Aviv y después,  desde 1972  hasta su muerte, en Leeds, donde enseñaría por largas décadas en la Universidad.

Zygmunt Bauman era, es porque sus ideas siguen presentes, un pensador, un intelectual de los que ya no quedan. Se compartirán o no sus tesis, pero en el tiempo en que vivimos, especialmente ahora en plena pandemia por el COVID-19, sus reflexiones resuenan con fuerza en un mundo dominado por lo que llamaba el “precariado”, una forma de referirse a la forma de vida a que son sometidos millones de seres humanos en la época de la globalización, hoy multiplicados por los efectos laborales de la pandemia. En efecto, en lo que el denominaba “vulnerabilidad mutuamente asegurada” se encierra uno de los grandes males de este tiempo: la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Hoy, en tiempos del coronavirus, no tenemos más opción que superar esta insensibilidad y ser solidarios con tantos millones de personas que en el marco de esta crisis van a engrosar multitudinarias listas de ciudadanos necesitados de protección social.

El pensamiento líquido, según Bauman, parte de un a priori: todo está en cambio, no hay nada seguro, lo sólido no existe. Es, qué duda cabe, una buena descripción de una realidad que esperemos se transforme tras la pandemia. En estos días los valores humanos han vuelto al lugar que les corresponde, la solidaridad ha hecho acto de presencia con intensidad, la dignidad del ser humano está recobrando su posición central en el orden general. Sin embargo, es verdad que, en sentido contrario, se ciernen graves peligros sobre todos nosotros en forma de autoritarismos que aspiran a controlar la vida de las personas, restringiendo o eliminando muchas de las libertades que tanto esfuerzo nos ha costado recuperar.

El paso del pensamiento líquido al pensamiento humano depende de la naturaleza de nuestro compromiso con la libertad y el Estado de Derecho, de si seremos capaces de apostar por el pensamiento abierto, libre y crítico o si preferiremos, por cómodo y confortable que lo pinten, ese adocenamiento, esa sumisión, en los que llevamos instalados ya mucho tiempo y que ahora se ciernen sobre nuestro mundo con siniestra actualidad. He aquí el dilema.

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