Opinión

Los populismos en Europa

Los resultados alcanzados por Alternativa para Alemania en las recientes elecciones en tres Estados germanos vuelven a poner en el candelero el auge de los populismos en Europa. Una tendencia que lamentablemente también está marcando el ambiente electoral en los EEUU a causa de los planteamientos de Trump en la derecha y Sanders en la izquierda.

En el viejo continente, las elecciones europeas de 2014 certificaron, en efecto, el auge de los populismos. Syriza en Gracia, el Frente Nacional en Francia, el Partido de la Independencia (UKIP) en el Reino Unido o el Partido Popular de Dinamarca, entre otros, fueron las opciones políticas preferidas por los votantes con porcentajes de votación entre el 24 y el 26% de apoyos. Las razones, sobre todo para el progreso de los populismos de izquierda, son bien obvias y pasan por el hábil manejo del descontento y de la indignación social con las políticas de austeridad realizadas durante la crisis y el monumental enfado de no pocos ciudadanos ante la instalación de la corrupción en los partidos tradicionales.

La victoria de Syriza en las elecciones griegas de enero de 2015 y los apoyos obtenidos por Podemos en las elecciones del 20-D en 2015, confirman una peligrosa tendencia que se cierne sobre el viejo continente. Un espacio territorial ahora dominado por la decadencia del que son responsables quienes pudiendo realizar las reformas que reclama la ciudadanía se refugian en un inmovilismo que les permite, aunque sea por poco tiempo, seguir sentados cómodamente en la poltrona. Cada día que pasa sin que se realicen las reformas que precisamos, aumentan las expectativas del populismo, que sin grandes dificultades se está apropiando de tanta indignación como existe a causa de esa corrupción pública y privada que en los últimos tiempos caracteriza la realidad de tantos países europeos, incluido España, por supuesto.

En efecto, tras la victoria de Syriza (35.5% de los votos en enero de 2015)), a pesar de la firma del tercer rescate, se observa una tendencia que debiera preocupar a los dirigentes de los partidos tradicionales pues, junto a la ascendente abstención en las últimas elecciones realizadas en Francia, del 38%, ahora el Frente Nacional parece ser el partido que recibiría más apoyos en las próximas legislativas del país vecino. En la primera vuelta de las regionales de 2015, el partido de Le Pen fue el más votado (27.7%) y ganó en 6 de las 13 regiones.

El populismo de derechas, que ahora se presenta, por sorprendente que parezca, como el defensor de las esencias del Estado de bienestar, crece como la espuma. En Noruega el partido del progreso tiene un 22.9 % de los votos. En Finlandia, el partido de los Verdaderos Finlandeses, que promovió el no al rescate griego, llegó al 17.6 % y ahora gobierna en colalición con el Partido del Centro y el Partido de la Coalición Nacional, conservador moderado de presencia en el parlamento. En Dinamarca, el partido Popular está en el 12.3%, en Suiza el partido Popular ya está en el 28.9%, en Holanda, el partido de la Libertad se sitúa en el 15.5 % de la representación parlamentaria o, en Hungría, el grupo Jobblk dispone ya del 16.7% de los escaños. En Austria, el partido de la Libertad obtuvo en las regionales de 2015 su mejor resultado, con un 31% de votación nada menos que en Viena.

Ciertamente, los apoyos que cosecha el populismo, tanto de derechas como de izquierdas, crecen donde los partidos de gobierno practican políticas que empeoran el bienestar de los ciudadanos. En este contexto, el desempleo alcanza dígitos inaceptables, la inestabilidad social aparece con insólitas características y, ante la debilidad de muchos gobiernos que prefieren mantener el poder a gobernar con sensibilidad social, se empieza a mascar un ambiente que pone en cuestión las bases de la democracia y que reniega del proyecto europeo, que lamentablemente se tiñe de economicismo, dejando libre el espacio para enarbolar, como señuelo, los postulados democráticos más elementales.

No nos engañemos, si castigamos a la población y envilecemos las condiciones de vida de los ciudadanos, mientras los dirigentes conservan privilegios y prerrogativas, estamos propiciando un peligroso ambiente en el que aflorarán, ya lo experimentamos, ideologías dispuestas a levantar al pueblo contra estos despotismos más o menos blandos. No puede ser, de ninguna manera, que el sacrificio de la mayoría social, especialmente de quienes menos tienen, esté financiando un colosal aparato público y el reflotamiento de las instituciones financieras que se llevan la friolera de miles de millones de euros mientras los gobiernos amigos de tales minorías castigan por doquier a las clases medias y bajas de la población.

Sin embargo, el proyecto europeo, tan necesitado de auténtica integración, de solidaridad y de estructuras de gobierno sólidas dotadas de una creciente sensibilidad social,, pierde posiciones en el mundo global y sus puntos de vista y decisiones cada vez tienen menos fuerza. Por ejemplo, ¿por qué no es posible que Europa esté presidia por un presidente elegido por sufragio universal, por qué el parlamento europeo no tiene verdaderos poderes legislativos, por qué no se avanza de verdad hacia el federalismo?. Por una sencilla razón, porque los políticos que nos han tocado en suerte en este tiempo, no es casualidad, ni tienen talla de estadistas ni se atreven a tomar medida alguna que pueda poner en peligro su posición de poder.

En fin, la pregunta es: ¿por qué el ascenso de los populismos? ¿por qué tanta tardanza en las reformas políticas? O, si se quiere, ¿por qué los ciudadanos tenemos que soportar tanta incompetencia, tanta corrupción?

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