Opinión

Despotismo electoral

En Estados Unidos saben que el primer martes, después del primer lunes de cada cuatro noviembres, se abren las urnas. No es una tradición, como el pavo de acción de gracias, sino una vieja decisión que se adoptó sobre un calendario de 1845. Noviembre, porque la mayoría del pueblo americano, de origen rural, había recogido ya sus cosechas y podía permitirse el lujo de ir a votar. Martes, para no obligar a elegir a los ciudadanos en domingo, el tradicional día del Señor, entre asistir a la cita con sus viejos dioses o acudir a la cita con los nuevos candidatos a presidente. No sé si cosas como esta hacen más soberanos a los pueblos democráticos, pero desde luego les producen menos incertidumbres. Allí se sabe cuándo, se sabe cómo, se sabe dónde. Aquí, en Galicia, por ejemplo, no se sabe cuándo, los gallegos en el exterior todavía no saben cómo y muchos no sabrían dónde si no fuese por la incondicional ayuda de interventores y recolectores de todos los partidos. Hombre, sí, en lo que nos parecemos a los yankis es que ni ellos ni nosotros llegamos a saber, casi nunca, por qué o para qué. Pero tampoco es cuestión ahora de aspirar a la democracia perfecta en un mundo imperfecto.


Podría parecer este prologo un pretexto para seguir hablando del fenómeno Obama, pero en realidad sólo es una disculpa para hablarles de Emilio Pérez Touriño. Ahí le tenéis, en la soledad de Monte Pío, deshojando la margarita de la convocatoria electoral galaica, a su manera, contando lo imprescindible con su partido, pasando olímpicamente de los partidos de los otros y a espaldas de un pueblo, llamado soberano, je, al que no le dan vela en el entierro de esta legislatura. Le ampara la legalidad vigente, el Estatuto de Autonomía, esa pizca de absolutismo que todavía impregna las hojas de las cartas magnas. Pero, personalmente, a mí me parece una inmoralidad que un presidente elegido por el pueblo y para el pueblo, haga algunas cosas sin el pueblo. Si es verdad que unas elecciones son la gran fiesta de las democracias, lo menos que se puede hacer es compartir con los más ilustres invitados, o sea, los ciudadanos, todas las dudas respecto al día D y las horas H de acudir a las urnas. Lo razonable no es elegir el día que más le convenga a tu partido, sino la fecha que más le convenga a tu pueblo. Lo decente, y lo digo con efectos pretéritos, presentes y futuros, no es consultar a los expertos en demoscopia electoral, sino las hojas de ruta sociológicas de la gente corriente, ‘the ordinary people’, para saber si esperan las elecciones, como agua de mayo, en pleno marzo, si les gustaría presentarse a la convocatoria extraordinaria de febrero o prefieren esperar a la convocatoria ordinaria de junio. Así debería ser la democracia, oye. Con todos los adelantos tecnológicos y demoscópicos al servicio del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Un solo hombre, Emilio Pérez Touriño, mantiene en la inopia electoral a casi tres millones de gallegos. Deshoja la margarita de la fecha electoral con nocturnidad y alevosía, a escondidas de los ciudadanos que le han sentado en el despacho oval de Monte Pío. Es, el mundo al revés. Los servidores que sólo le cuentan cuentos pero no le rinden cuentas a sus legítimos soberanos. Es el colmo del despotismo ilustrado, en versión actualizada al siglo XXI y con la bendición urbi et orbi de la Constitución, de los Estatutos de Autonomía y de las Leyes Electorales. Es un cachondeo, vamos, que nada más que un presidente elegido por la voluntad de todo un pueblo, pueda mantener a tres millones de ciudadanos en ascuas, mientras susurra una y otra vez en la soledad de su despacho: sí, no, sí, no, con un ojo puesto en los periódicos y el otro en la última encuesta recién salida del horno. Esta claro que en política, como en el fútbol, lo importante no es cómo se juega, sino cómo se gana.


Posdata. Touriño decide, este fin semana, qué día de marzo se abren las urnas.


Una de piratas


Vamos a volver a mandar nuestros barcos a luchar contra los elementos, oye. Contra los elementos esos del índico, los piratas somalíes, ¡bailalos!, que lo mismo le aguan la fiesta a un minúsculo atunero que a un gigantesco petrólero. Vamos a enviar a la fragata Victoria, con muchas posibilidades de navegar por esas aguas turbulentas precisamente de derrota en derrota. En realidad no es una misión de guerra, pero tampoco de paz. Más bien es una misión suicida, desde un punto de vista político, naturalmente. Porque, verás, esa réplica fantasmagórica de los piratas del Caribe, no es que naveguen por esas aguas del Señor, es que prácticamente caminan sobre ellas como el hijo de Dios sobre las aguas del mar de Galilea. No es que practiquen asaltos, abordajes, a las vieja usanza marinera, es que practican apariciones milagrosas, sin saber de dónde vienen y a dónde van. Lo del índico, que trae por la calle de la amargura a tantos marineros de mi tierra, no es un asunto de Defensa propiamente dicho; no es cuestión de tropas, pelotas y fragatas, sino cuestión de inteligencia, dicho sea en el sentido genuinamente americano de la expresión. Es cuestión de satélites, de CIAS, si es que existe una cía europea y española, claro, de información y presión, por ejemplo, de Asuntos Exteriores. Todos mis marineros que han regresado de esas aguas turbulentas, saben quiénes son los espías de los piratas. Quiénes, qué barcos pescan a sus anchas, más tranquilos que un bote en el lago de El Retiro, a cambio de pagar el peaje de la información, el rumbo, la bandera, la naturaleza de cualquier cosa que flote a proa, a popa, a babor a estribor. ‘Tú pasas, periodista, por ejemplo, al lado de un pesquero con bandera coreana, y date por hodido’. Si lo saben estos lobos de mar, ¿cómo no van a saberlo Durao Barroso, Moratinos, Carme Chacón o ZP? Si es que no escarmentamos, hombre. Volvemos a enviar nuestros barcos a luchar contra los elementos, en vez de enviar espías, utilizar satélites, ejercitar la presión diplomática ante los gobiernos de los delatores, cosas así. Y luego, otra cosa, oye. Si fue Europa (y no quiero señalar a nadie), la que inventó la patente de corso, deberíamos inventar la vacuna contra alumnos aventajados como los dirigentes de Somalia y el dichoso cuerno de África. Nuestra Armada Invencible, de un solo barco, ¡pobre Victoria!, va a poner rumbo hacia otro desastre.


Por un puñado de votos


Ante el axioma electoral de que el voto galaico que se emite desde ahí fuera, beneficia siempre al que manda aquí dentro, el social-touriñismo quiere cambiar las cosas para que todo siga igual. Es lo mismo que haría el PP si no hubiese sido expulsado del paraíso de Monte Pío. Pero, ahora, en su travesía del desierto, clama a voces para que el voto sea rogado, o sea, que para recibir las papeletas de voto sea imprescindible solicitarlas a la Administración, tras acreditar, naturalmente, la identidad con toda la documentación requerida. En esto, ¿ves?, el nerviosismo preelectoral ha convertido a populares y nacionalistas del Bloque en extraños compañeros de cama. Un PSOE en solitario prefiere pájaro en mano que dignidades electorales volando, y se aferra al tiempo como aliado natural para que todo se quede como estaba: manipulable, confuso, sin garantías, como aguas revueltas para ganancia de pescadores, socialistas, naturalmente. Quedamos condenados pues, ¡oh, los gallegos!, a otro bochornoso espectáculo postelectoral con el recuento retardado del voto por correo. En política, como en fútbol, lo importante es sólo ganar. El cómo, la verdad es que no importa.



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