Opinión

A propósito de Zizú

Bendita sea Ingrid Betancourt! No por lo que haya podido hacer y yo no sé; no por lo que le hayan podido hacer y quizá nunca sepamos; ni siquiera porque haya descendido de un helicóptero, como in illo témpore los profetas en carros de fuego, anunciándole al mundo la buena nueva de la libertad. Bendita sea esa mujer, porque ha aprovechado la primera entrevista personal para gritarle al mundo: ‘adoré el cabezazo de Zidane a Materazzi’. Lo adoró en la soledad de la selva colombiana, rodeada de centenares de Materazzis practicándole un marcaje implacable. Lo adoró en el ámbito del ‘catenaccio’ de las FARC, en esa atmósfera del ‘vale todo’, la humillación, el insulto, las patadas en las espinillas del alma, las zancadillas en cadena a la esperanza, en un largo y tortuoso partido en el que sólo se aspira a mantener el marcador cero a cero. En un mundo sumido en el discreto encanto de la hipocresía, entre enormes rebaños humanos que pastan en los prados de ‘lo políticamente correcto’, un ser humano al que hemos llamado virtualmente Ingrid durante años, se ha hecho mujer, ha vuelto a habitar entre nosotros, y no ha caído en la tentación de quedar bien, sino en el derecho, personal e intransferible, de quedarse a gusto.


Me confieso, padre, de incurrir todos los días en el hermoso pecado de Ingrid. Comprendí en su momento el cabezazo de ‘Zizú’, rodeado de una humanidad que le impartía la maldición urbi et orbi, y me gustaría decirle a Ingrid, ¡tantas ingrids de distinto genero, condición, religión, nacionalidad!, que en realidad ha salido de una selva propiamente dicha, ay, para meterse en otra, ¡esta selva humana!, que ni siquiera aporta ése beneficio medioambiental de la absorción de CO2. Este es un mundo en el que siempre se les enseña tarjeta roja a los Zidane, y siempre se quedan en el terreno de juego los Materazzi. Una fotocopia barata del mundo feliz de Huxley, en el que los Alpha manipulan las Bolsas, los precios de los alimentos, las subidas del barril de petróleo, las bajadas de los salarios, los tipos de interés, las esperanzas de la gente corriente que se pasea por tantos bulevares de los sueños rotos. Los Betas sólo se hacen ya las fotos del G-8, junto al maíz relleno de caviar (como una burla en plena crisis del grano) o un arbolito que se transforma en una grotesca caricatura del galopante calentamiento global. También pueden hacerse la foto de las Azores, como una alegoría de su aislamiento de la sociedad, o la foto de Lisboa, esa ciudad de la luz, donde decidieron dar a luz, precisamente, una Europa personal e intransferible, su Europa feliz, huxleysiana, portadora de valores efímeros. Los Gammas son los más peligrosos. Empleados, subalternos, esbirros, pesebreros, estómago-agradecidos, matones a sueldo, guardaespaldas, garrapatas, que han hecho de la fidelidad un oficio vitalicio. Nunca mueren por sus amos, naturalmente. Simplemente los van cambiando por otro, de amo a amo y tiro porque me toca, mientras flotan por los siglos de las siglas sobre las aguas turbulentas. Y luego estamos los Deltas, miles de millones de seres insignificantes, ¡míranos!, que nos levantamos todos los días calculando el único tipo de poder que nos sitúa en mejor o peor posición en la patética base de la pirámide humana: el poder adquisitivo.


El cabezazo de Zizú fue, en realidad, una versión actualizada de la vieja Revolución Francesa. La contemplamos millones de Deltas por la televisión. Pero, en vez de unirnos a ella, enviamos al héroe a la guillotina sociológica y le rendimos culto a un Gamma, un mandado, vamos, al que llamábamos Materazzi. ¡Bendita sea Ingrid!, que se ha acordado de la buena cabeza de Zidane, dos años después de que la sociedad, políticamente correcta, naturalmente, la hubiese echo rodar por los suelos de la opinión pública y la opinión publicada.


¡Apúntate un ocho, Touriño!


Si alguna cosa honra a los seres humanos, es la hermosa sabiduría de rectificar. Si alguna actitud nos ha hecho grandes a lo largo de la historia, es esa tan genuinamente humana de comprender que no hay mal que por bien no venga. Del repugnante aspecto que ofrecía el moho en la corteza de una naranja, extrajo Alexander Fleming la penicilina: una pócima mágica que redimió a la humanidad. Hurgando en putrefactos cadáveres, descubrió Miguel Servet el vital proceso de la circulación de la sangre. Este pequeño prologo puede parecer retórica de relleno, pero en realidad es la introducción que se merece una declaración que acaba de realizar el Presidente de la Xunta refiriéndose al momento actual que atraviesa ése marrón heredado al que seguimos llamando La Ciudad de la Cultura: ‘es un proyecto estratégico para Gali cia en el que tenemos comprometidas todas nuestras energías’. Lo que nació para ser el particular ‘Valle de los Caídos de Manuel Fraga, sus Pirámides, su marca para la inmortalidad en la geografía galaica, se convierte ahora en un paradigma futurible, que acepta humildemente su función complementaria de Santiago de Compostela: la auténtica, la genuina, la imperecedera ciudad de la cultura de Galicia. ¡Apúntate un ocho, Touriño! En un mundo en el que los dirigentes apuestan por dejar tierra quemada del pasado, enterrando proyectos, presupuestos e inversiones de sus antecesores, la administración Touriño ha apostado por exprimir todo el zumo posible de un fruto considerado prohibido y prohibitivo. La Ciu dad de la Cultura, una especie de Sodoma administrativa Popular, abocada al exterminio, ha sido finalmente indultada y vera la luz algún día, emergiendo en los cielos compostelanos en competencia leal e inofensiva con las inconfundibles y eternas agujas de la catedral de mi Señor Santiago. La delgada línea roja que separan el poso del pasado y los delirios de futuro, queda al fin difuminada por el menos común de los sentidos entre la clase dirigente: el sentido común. No es bueno que el hombre, aunque sea presidente, esté sólo, decida sólo, acierte o fracase sólo. Y Emilio Pérez Touriño, al césar lo que es del césar, ha abierto el bunker donde se imprime el Diario Oficial de Galicia y ha invitado a entrar a la iniciativa privada: 15 grandes empresas gallegas que, en el seno de la Fundación Cidade da Cultura, impregnarán la aventura faraónica de Monte Gaiás del pragmatismo que convierte las quimeras estériles en realidades fecundas.


Un disco rayado


Como si no hubiera pasado nada, ‘comme si de rien n’etait’, mientras la lluvia de canciones del último álbum de Carla Bruni descargaba sobre ‘youtube’. Como si los fracasos del G-8, del Tratado de Lisboa, de los delirios de acoso y derribo de los inmigrantes, del europuñetazo de Polonia, mantuviese impasible el ademán de Nicolas Sarkozy. Como una profecía de esa mujer que dejó de desfilar por las pasarelas y empezó a desfilar por las alfombras rojas que pisan los dioses con pies de barro del planeta. Sabíamos que la música amansaba a las fieras, pero ignorábamos que amansase, también, a los eurodiputados. Un tal Graham Watson, por ejemplo, se pasó de su inglés al francés, y arrancó una propina para poder dirigirse al nuevo Napoleón, plagiando un pedazo de letra de su nueva Josefina: ‘sé que llego al final de mi tiempo, pero quiero que me conceda sesenta pequeños segundos para mi último minuto’. Quizá a Sarkozy las risas de sus señorías le sonaron como aplausos. Quizá sabe, en el fondo, que los aplausos esconden muchas veces crueles carcajadas vestidas de etiqueta. Luego, alzó la voz el viejo Dany el Rojo, el nuevo Dany el Verde, con sus flores de mayo marchitas y su pelo rojo desteñido de tiempo y eurocracia, y nos hicimos una idea de lo que es, de lo que va seguir siendo Europa: un disco rayado.



Te puede interesar