Opinión

El día de la sublimación

El punto de sublimación es la temperatura a la que algunas sustancias pasan del estado sólido a gas. Se sube, grado a grado, hasta el puffffff. A la quinina le llega a los 180ºc y sería útil saber en qué instante nos sucede lo mismo, en qué día se desvanece un tema y empiezas a tolerar lo que en otro momento te molestaba. Es evidente que por pragmatismo uno no puede estar madrugando cada mañana dando voces ante el periódico y renegando de su voto pero imagínense poder implementar una aplicación para diseccionar con exactitud estos giros personales: “Desde el 2 de febrero de 2019 no te importa si el PSOE dice una cosa en la oposición y otra en la Moncloa. ¡Gobernar también significa hacer renuncias!”. O bien al vecino: “El 4 de junio de 2020 te dejaste de preocupar por los pactos del PP con la ultraderecha. ¡Mucho peor son los acuerdos socialistas con Bildu!”. O a tu primo: “En el mediodía del 5 de enero de 2021 renunciaste a cuestionar a Iglesias por el tipo de descalificaciones que tanto te molestaban de Trump. ¡Ese es un facha!”.

Cada uno se apaña como puede con sus mecanismos de autodefensa, pero sí semeja más sencillo detectar la evolución de estos procesos en lo colectivo por cómo los aceleran e instrumentalizan partidos a los que no siempre otorgamos el merecido mérito. Porque tras asumir la diferencia entre el carril de la gestión -ahí están avances como la ley de la eutanasia- y el de la vaciada política “marketing”, con tenacidad han conseguido también naturalizar actitudes en teoría chocantes: quién se asusta hoy de los insultos en el Congreso o de tener líderes incongruentes con su propia hemeroteca y en cambio cuánto sorprende ya encontrar a un candidato educado o un debate sobre algo con interés real para el ciudadano. La rentabilidad del teatrillo en el corto plazo -otra cosa será el futuro- permite traerlo y llevarlo de Madrid a Murcia, Andalucía o Castilla en una gira con tantas fechas que por lo visto no ha dejado tiempo en trece meses de pandemia ni para decidir si obligar a usar la mascarilla en el monte es tan irracional como parece o si institucionalizar la “patada en la puerta” para reventar una fiesta en un piso es tan inconstitucional como se adivina. La filósofa Adela Cortina define este fenómeno como la mediatización de la política y se explica a través de diminutos ciclos de noticias y su febril competición por llamar la atención: mira este vídeo, qué tremendo escándalo, vaya zasca, dimisión ya, comunismo o libertad. Por eso no debe ser casualidad que este acelerón de los políticos hacia la audiencia se produzca al mismo ritmo que crecen sus intentos para desacreditar a los medios -lo recuerda el informe del Departamento de Estado de EEUU- o directamente desterrarlos del eje de fiscalización: cuánto chocó la intervención en plasma de Rajoy y, por ejemplo, en qué día se terminó de asumir las intervenciones de Sánchez para anunciar los cambios de ministros -o lo que surja- sin aceptar ni una sola pregunta.

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