Opinión

Galicia, 18 de febrero de 2024

Alegato por los gallegos de hoy. Cántiga a la tierra madre sin melancolía de morriña ni nostalgia del pasado

A lo mejor no es buena idea escribir sobre Galicia el día de las elecciones autonómicas. Pero incluso una cita electoral puede ser la ocasión propicia, que Dios me perdone el atrevimiento, para glosar Galicia como marco de convivencia democrática y tierra de nobles culturas, principios, valores y paisajes. Así que sin entrar en las maldades de campaña, la subasta de promesas y otras consideraciones tras la espera tormentosa de la jornada de reflexión, aquí va una oda a la Galicia natal para salvaguardar la tierriña de la política pues su destino inequívoco de progreso y bienestar tiene futuro más allá de las urnas.

Los que hemos nacido en Galicia sabemos que ser gallego es una carrera, un plus para encarar la vida sin la servidumbre de la emigración y el olvido de tantos años. El actor Luís Zahera, que es más gallego que el acento y el lacón con grelos, repite a menudo que su padre se lo decía, que ser gallego te da ventaja. Te la da a pesar de que eso implique no ser catalán. Esto último lo digo yo y no Zahera, que bastante tiene con gustar a todo el mundo pese a hacer papeles de malo como en ‘As Bestas’ siendo un pedazo de pan do país como es. También cuenta un asturiano ilustre que salir del Principado es mucho más fácil que lograr que Asturias salga de ti. El cantante Víctor Manuel mantiene esta sabia visión norteña de la identidad personal que, técnicamente, los gallegos conocemos como morriña. Galicia es única en la amplia expresión de su nacionalidad histórica que tradicionalmente ha hecho frente a la despoblación y la ausencia de horizonte gracias a la constancia de un pueblo esforzado, trabajador y emigrante con el que ganar el futuro de la propia existencia. Los gallegos somos gente con un ADN hecho de sacrificio y de una innata rebeldía silenciosa para hacernos valer y respetar como dignidad de la vida.

Galicia es mucho más que una gastronomía de excelencia y productos de sana pureza, es mucho más que a Costa da Morte donde se abrazan el Cantábrico y el Atlántico, mucho más que el orvallo, la global universalidad de Zara y el Camino de Santiago. Galicia es pura filosofía de vida, una doctrina de arraigo y sentimientos que cultiva la preparación y el talento con la idiosincrasia del carácter y del temperamento colectivo e identitario de ascendencia celta. Los gallegos somos lo que parecemos, sin trampa ni cartón, por mucho que los demás invoquen la escalera del sube y baja y propaguen dudas sobre nuestra dubitativa indecisión, que no es tal. Y eso es lo que nos convierte en ciudadanos sólidos y cabales, necesarios e imprescindibles en el conjunto de España y resto del mundo, con capacidad para discernir lo bueno de lo malo, con la suficiente templanza para calar al personal, ya sea en el ámbito humano, laboral o social. Vayas a donde vayas dentro y fuera de nuestro país, siempre hay un gallego. Y hasta los españoles son gallegos en Sudamérica, siempre con la nostalgia a cuestas, saudade de añoranza y soledad en la lejanía migratoria. Si como cantaba Zapato Veloz, hay un gallego en la Luna, raro es que no lo haya en el corazón de España, donde habita el pulso de un Estado desangrado por la Historia y maltratado por el tiempo. Y si en la Galicia caníbal “fai un sol de carallo”, va siendo hora de proclamar en nombre de Os Resentidos y de Santiago Pemán que en Galicia no siempre llueve, y que cuando lo hace casi siempre llueve a gusto de todos. Ou non.

Galicia, 18 de febrero de 2024. El tiempo pasa y siguen en su sitio la muralla de Lugo, la Catedral de Santiago, la Torre de Hércules, el Monasterio de Oseira y el puente de Rande. Las empresas punteras Inditex, Nueva Pescanova, Peugeot-Citroen, Gadisa, Coren, Vegalsa, Froiz, Jealsa y la Metalúrgica Galaica también siguen impulsando la economía gallega pese al fiasco de Alcoa. El campo gallego, desde la agricultura a la ganadería, sufre, pero sobrevive. Galicia es puntera en talento, creatividad, emprendimiento, cultura, moda y otras modalidades en el arte de vida. Y los gallegos somos embajadores a tiempo completo de nuestra Galicia del alma allá por donde vamos y sentimos. No hace falta apelar aquí a Rosalía, Emilia Pardo Bazán, Valle Inclán, Torrente Ballester o Camilo José Cela si también tenemos a Cunqueiro y Castelao. No hace falta buscar en los cementerios del mar a los marineros muertos en faena, héroes ahogados en tiempos de tempestad. No hace falta saberse entera la letra del himno gallego porque la llevamos grabada a fuego en las entrañas del paisanaje. No hace falta... faltar, ser o estar, porque el estado natural del gallego es ir prendido para siempre al cordón umbilical de la tierra madre.

18 de febrero del año 2024, en la Galicia nueva, siempre tan enxebre como la vieja, revolotea entre perseidas de luz, hierba, tierra y mar la Galicia de siempre. Esta Galicia que nos emborracha de vinos y muiñeiras, donde ya no nieva ni llueve como antes porque también escampa hasta en la tierra de la indiferencia y la olvidanza. Que me perdone Rosalía, ahora que al final me pongo membrilloso, pero su adiós ya es un hola: “Ola ríos, ola fontes, ola regatos pequenos, ola vistas dos meus ollos, sí sei que sempre nos veremos”.

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