Opinión

EL NUEVO LENGUAJE DE LA MEDICINA

Clientes, usuarios, consumidores, proveedores o prestadores, profesionales sanitarios, etcétera, son los nuevos términos que pretenden introducir en el lenguaje de la medicina, y estoy convencido que no lo hacen por casualidad.


Me había llamado la atención este querer modificar los términos de siempre -pacientes, enfermos, médicos, enfermeras, etcétera-, y también le había sorprendido y sorprende a muchos compañeros con los que he hablado y hablo de este asunto.


Justo hace un año salía un artículo de opinión en la revista médica más prestigiosa, The New England Journal of Medicine, americana, por supuesto, firmado por Pamela Hartzband y Jerome Groopman, y titulado en inglés 'The New Language of Medicine', que me ha servido para titular este artículo.


Me pareció que, aunque el artículo iba destinado a los médicos, debía compartir con usted las reflexiones que hacían. A Jerome Groopman, uno de los dos autores, lo había escuchado un año antes en el congreso anual del Colegio de Médicos Americano del Tórax celebrada en Filadelfia, donde pronunció una brillantísima conferencia, y había leído alguno de sus interesantes libros dedicados al público general como 'How Doctors Think', que creo se ha traducido al español con el título '¿Me está escuchando, doctor?', vendido por la biblioteca Rba y que se puede comprar en Amazon.


En este interesante artículo los autores explican que doctor es derivado de docere, enseñar, y nurse (enfermera) de nutrire, nutrir, y que estos términos han sido utilizados desde hace más de tres siglos. Ellos creen que lo que ha propiciado la utilización de este nuevo vocabulario ha sido la crisis económica y los esfuerzos para reformar el sistema de asistencia sanitaria y controlar sus costos cada vez mayores. Para tal fin, muchos economistas y planificadores políticos han propuesto que el cuidado del paciente deber ser industrializado y estandarizado. Para ellos, los hospitales y clínicas deben funcionar como fábricas modernas, y términos arcaicos como doctor, enfermera, y paciente deben ser reemplazados con terminología que se ajuste a este nuevo orden.


Y esto, en mi opinión, se tradujo también aquí con ejemplos como el que los políticos transmitían o intentaban transmitir a los enfermos no hace muchos años, cuando les decían que no se preocupasen de conocer el nombre del médico o cirujano que les atendiese cuando ingresaran en el hospital, 'porque eran todos igual de buenos'. Una gran mentira, porque los médicos o cirujanos no son todos igual de competentes como tampoco lo son los fontaneros o los arquitectos.


A continuación siguen diciendo los autores que las palabras que utilizamos para explicar nuestros papeles son poderosas, establecen expectativas y conforman el comportamiento. Y este cambio que se intenta llevar a cabo en el lenguaje tiene consecuencias perjudiciales. La relación entre doctores, enfermeras y cualesquiera otros profesionales médicos y los pacientes que ellos cuidan, son ahora consideradas en términos de una transacción comercial. El consumidor es el comprador y el proveedor es el vendedor, y las personas que están enfermas son la parte menos importante. Las palabras 'consumidor' y 'proveedor' ignoran las dimensiones humanística, espiritual y psicológica de la relación -los aspectos que tradicionalmente hicieron de la medicina una vocación en la que el altruismo eclipsaba la ganancia personal-.


Además el término proveedor es esencialmente genérico, y no designa ningún papel específico o nivel de experiencia. Y sin embargo cada profesional de la asistencia médica -doctor, enfermera, rehabilitador, trabajador social y otros- tiene un entrenamiento especializado y habilidades que no se reconocen en el término 'proveedor', el cual no lleva ninguna resonancia de profesionalidad.


Y, en mi opinión, también aciertan en los comentarios que hacen sobre las frases 'juicio clínico' y 'práctica de la medicina basada en la evidencia'. Hartzband y Groopman opinan que la frase 'juicio clínico' ha caído en desgracia, reemplazada por 'práctica basada en la evidencia', la medicina basada en los datos científicos. Dicen que esto no es nuevo porque ellos desde el comienzo de su educación médica, que comenzó hace más de tres décadas, examinaron continuamente la evidencia científica, como lo hicimos los demás de su época. Ahora, algunos prominentes planificadores de políticas de la salud e incluso algunos médicos sostienen que la asistencia clínica debe ser esencialmente una cuestión de seguir manuales de funcionamiento, conteniendo pautas preestablecidas como los modelos de las fábricas, escritos por expertos. Estas directrices son promocionadas como científicas y objetivas, y, en contraste, el juicio clínico es considerado subjetivo, poco fiable y acientífico. Pero hay una falacia en esta concepción. Mientras los datos per se pueden ser objetivos, su aplicación al cuidado del enfermo por los expertos que formulan las guías clínicas o directrices no lo son. Y no lo son porque la codificación de la práctica médica basada en la evidencia científica tiene un elemento ineludiblemente subjetivo, destacado por el hecho de que los diferentes grupos de expertos trabajando con los mismos datos científicos escriben directrices distintas para condiciones tan comunes como hipertensión, niveles elevados de colesterol o la utilización de pruebas de screening para los cánceres de mama y próstata.


Concluyen diciendo que los términos industriales y del mercado de trabajo pueden ser útiles para los economistas, pero este vocabulario no debe redefinir la profesión médica. Y creen que los médicos, enfermeras y otros profesionales sanitarios deben evitar la utilización de tales términos que degradan a los pac entes y profesionales por igual y olvidan peligrosamente la esencia de la medicina.




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