Opinión

Y LE DIJO MÁS COSAS?

Y aquel médico también le dijo: 'Manuel, cuando un buen médico escucha y examina detenidamente al enfermo, y después le explica por qué no precisa medicinas, el enfermo lo entiende y no sale de la consulta lamentándose porque el médico no le haya recetado nada. Antes, cuando las madres acudían a los médicos pidiéndoles que les dieran algo para abrir el apetito a sus hijos, algunos le recetaban unas vitaminas u otros preparados que no servían para nada, y menos aún para abrir el apetito; otros, muy educadamente, les decían que le pusieran a sus niños la misma comida a la cena, si no la comían que se la pusiesen al día siguiente en el almuerzo y si no la comían que los trajesen a la consulta, y las madres no volvían'.


La noche siguiente a la mañana que la enfermera le había comunicado el traslado de aquel médico, con el que se entendía tan bien, soñó con él. Se le aparecía en el sueño diciéndole que no volviese a fumar, y advirtiéndole que no tomase medicinas para su enfermedad si no notaba alivio con ellas o si el médico no le explicaba con claridad la indicación, beneficios esperados y posibles efectos adversos. Y a continuación le decía que su enfermedad era como otra, afortunadamente menos frecuente, la silicosis pulmonar. Pero que había diferencias entre la suya, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), y la otra. La suya se producía por inhalar humo de quemar tabaco de forma voluntaria; la otra, la silicosis pulmonar, por inhalar polvo de sílice en las canteras de piedra o pizarra. La silicosis llevaba en el nombre la causa que la producía, el polvo de sílice, y sin embargo la EPOC no incluía tabaco en la denominación, por la gran influencia de grupos de presión sobre los médicos para seguir utilizando fármacos de muy dudosa eficacia en esta enfermedad mal denominada. Lo mismo que se llama a la enfermedad hepática causada por el alcohol, hepatitis alcohólica crónica, se debería llamar a la suya neumonitis tabáquica crónica, o al menos, enfermedad pulmonar obstructiva crónica tabáquica. Y seguía informándole que para las dos enfermedades el mejor tratamiento es aún hoy, y lo será siempre, dejar el tabaco y el alcohol.


Esto lo soñó Manuel porque aquel médico se lo había dicho antes en la consulta. Aquel médico, que solo con hablarle, hacía que Manuel saliese a veces de la consulta mejor de lo que había entrado. Un día le preguntó a que se debía eso. Le respondió que ya Hipócrates, el padre de la medicina, había dicho hace muchos siglos que algunos pacientes se sienten bien solo por la bondad de sus médicos, y que esto seguirá siendo verdad siempre. Aún ahora muchas enfermedades mejoran cuando los enfermos se sienten conectados con sus médicos, le dijo.


Manuel no volvió a fumar. Pero como respiraba mal, se olvidó de lo que le había dicho aquel médico. Comenzó a tomar esprays que le dieron otros médicos, engordó porque tenía más apetito y llegó a pensar, equivocadamente, que con algunos kilos de más lucharía mejor contra la enfermedad. Se encontraba más animado, sobre todo cuando tomaba ciertas medicinas, que debían ser como 'drogas', porque aunque no soplaba más por aquellos aparatos que medían como funcionaban sus pulmones, al querer suspendérselas los médicos, después de disminuirle progresivamente las dosis, se encontraba más cansado, como si tuviera gripe; iba de nuevo al médico, este volvía a aumentarle las dosis, y de nuevo afloraba la euforia tramposa. Se le puso la cara de luna llena, como le había oído decir a aquel médico una vez a una señora que la tenía como la suya, y volvieron las manchas rojo-violáceas a los antebrazos. Cada vez tenía menos fuerza para caminar y se pasaba todo el día en la cama y en la silla, con el oxígeno que le habían recomendado últimamente. Además, sus atascados bronquios se habían repoblado de un germen, pseudomonas aeruginosa, que se asienta frecuentemente en los bronquios de los enfermos que han tomado grandes cantidades de antibióticos y corticoides, innecesarios en muchas ocasiones.


Después de múltiples ingresos hospitalarios Manuel fallece en su casa, un frío jueves de febrero, a los 87 años.


María, su mujer, ahora recuerda que unos días antes de morirse Manuel le había dicho que se iba a morir antes de tiempo por no haberle hecho caso a aquel médico, con el que se entendía tan bien, por no haber hecho caso a lo que le había repetido más de una vez: 'Manuel, últimamente los médicos nos hemos olvidado de lo que decía Hipócrates hace muchos años a sus alumnos, que se prepararan para ayudar a los enfermos y para no hacerles daño; hoy los médicos tenemos muy poco en cuenta los efectos adversos de los medicamentos. También creo que estaba muy acertado Benjamin Franklin, cuando expresó que los mejores médicos son aquellos que reconocen la inutilidad de la mayor parte de los medicinas'. Y por haberme olvidado últimamente de algunas de las recomendaciones que me había dado para vivir mejor con mi enfermedad pulmonar crónica causada por fumar cigarrillos: cesar de fumar totalmente; comer menos para adelgazar, porque cuanto más peso, más dificultad para respirar -me decía que los camiones vacíos subían mejor y más rápido las cuestas que cuando iban cargados-; caminar, el mayor tiempo posible, todos los días que comiese; vacunarme de la gripe todos los años, y tomar solo los medicamentos con los que notara algún alivio y no me causaran efectos adversos, porque últimamente se estaban utilizando algunas medicinas para su enfermedad que producían más efectos desfavorables que beneficiosos.


Me dijo también que en mi enfermedad las únicas medidas que aumentaban la supervivencia eran dejar de fumar y el tratamiento con oxígeno, cuando estaba indicado, en las etapas avanzadas de la enfermedad.


Y me deseó que ojalá todos los médicos que visitase tuviesen las cuatro H que había dicho William Osler, médico canadiense y padre de la medicina moderna, que debería tener todo buen médico: honestidad, humanidad, humildad y humor.


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