Opinión

El dueño de la cancha

No es fácil hablar de baloncesto con alguien para quien las piezas encajan por naturaleza. Para el que hablar contigo de baloncesto podría tener el mismo fundamento que para ti explicarle a tu ahijada de tres años como agarrar la pala de pádel para que tenga opciones de pasar de ronda en algún torneo 15 años después. Si ella solo quiere darle a la bola dos veces mientras no se da cuenta que unos metros más allá está su tía con un móvil en la mano o recuerda que en el bolso de su madre aún deben de quedar gusanitos.


Un entrenador que analiza en décimas de segundo la importancia de una jugada con la naturalidad de quién ha nacido para eso. Porque para eso también se nace. Luego uno estudia más o menos y la fortuna le guiña el ojo o lo deja ciego pero se nace. Como pintar, manipular masas, o sexar pollos.
Un placer analizar las ventajas que genera un solo jugador en el infinitivo tablero de parquet. Hablamos de Pedro Rivero. Que si darle un lado, que si el otro, que si pasarle los bloqueos por arriba, que si por abajo, que si defenderlo con pares más lentos pero más altos, que si hacerle dos contra uno... Fascículo a fascículo para llegar a la conclusión de que la moneda es el único secreto. Que toque cara. Bueno, y si llega con catarro y pide el cambio un minutos antes, mejor. Si fuese gripe...!


Como diría otro amigo mío y colega suyo de profesión, al final Rivero es tan bueno que si tiene el día acaba tocando la guitarra como si fuese Paco de Lucía. Si le pasas por detrás cruza los dedos para que no reclame la portada con un recital de triples. Si le pasas por delante Busma empieza a prepararse para el festín. Vamos, que si tienes frío en las orejas prepárate para destapar los pies.


Y es que Pedro Rivero es ese tipo de jugador que acaba gustando hasta al rival. Impecable de bombín y bastón y resultón con vaqueros y camisa de leñador. No importa el panorama que le planteen, sabrá quedar bien. Ese base con capacidad para dirigir como le gustaría a los entrenadores ovejeros de los 80, eficaz a la carrera y jugando sin freno de mano como mandan los cánones en esas ligas tropicales de cuanto anotes tanto vales. Navaja suiza. Tira, penetra, pasa o fuerza faltas. Tú pide. Para los 14 entrenadores de la liga debe ser como la cita con el dentista. Puedes retrasarla pero tienes que ir y una vez allí confiar en que el destrozo sea lo menos doloroso posible.


Como dijo el ajedrecista Frank Marshall, "un mal plan, es mejor que no tener ningún plan". Traducido al lenguaje de otro amigo al que el baloncesto le importa lo mismo que a mí el punto de cruz: "Reza lo que sepas".

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