Opinión

El tiro libre, causa y efecto

El tiro libre. Aspecto secundario del baloncesto y a la vez decisivo. ¿Quién se despacharía a gusto en la previa jugando a pitoniso y aventurándolo como clave? ¿Qué entrenador le quitaría horas a la defensa de la estrella del contrario para que sus chicos lanzasen con el Carmina Burana (no la cantante del señor Pérez Varela) de fondo al máximo de volumen unas cuantas series más de tiros libres que las rutinarias?
El tiro libre es ese mal necesario que solo tiene al baloncesto como usuario. Sin comparación. Aunque algunos profanos en la materia y doctor honoris causa en el Marca lo asemejen a un penalti. Nada que ver.
Aquí no hay portero con el que escudarse en caso de error. ¿Fallo del lanzador o acierto del guardameta? Pregunta de selectivo. Aquí la canasta es virgen. Al menos que se sepa. Exenta de culpas. Medida con precisión en distancia y altura.
Tampoco se puede recurrir a ese pisoteo imaginario y compulsivo de uvas inventando un punto de penalti en mal estado. Hay quien asegura haber visto salir de ese agujero a topos con una bandera blanca reconociendo delitos que no han cometido.
El tiro libre es mucho más que un penalti. Todavía más cruel. Aquí juegas a empatar y ese es el mejor resultado posible. La victoria no se contempla. Ni aunque sean tres tiros libres seguidos con el reloj a cero y un pabellón griego lleno de bengalas y piedras amenizando el calvario. El acierto supone la palmada rutinaria y por inercia del compañero y el aplauso sin elogio de la grada. En el tiro libre el acierto viene por decreto. Solo quien ha padecido su tormento sabe lo que supone.
El tiro libre es el purgatorio de un mal partido o el final errático a hora y media sobresaliente. Como la última película de David Fincher.
Se comenta en círculos cerrados que hay jugadores que han sufrido alopecias severas por culpa del tiro libre. Complicadas de distinguir de las hereditarias.
También está el caso contrario. El del jugador que poco a poco le ha ido cogiendo el gustillo a esa faceta hasta acabar siendo un virtuoso del tiro libre. Como ese restaurante al que te llevan el primer día, lo miras con recelo y acabas sintiéndote tan a gusto que sacas abono de temporada con asiento reservado tres días por semanas por 'completísimo' y porque la compañía que te lo descubrió todavía lo supera.

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