Opinión

Termalismo: lo que la economía enseña y no queremos aprender

Vistas de las termas de Outariz (foto: Martiño Pinal)
photo_camera Vistas de las termas de Outariz (foto: Martiño Pinal)

Cuando menos desde hace 250 años, los profesionales de la economía académica vienen insistiendo, sin escatimar tiempo y esfuerzo, en el argumento de los beneficios del comercio y en cómo la riqueza de los países se nutre de la especialización y del intercambio de mercancías y servicios a través de las fronteras nacionales. Una tradición doctrinal cuyos principales referentes ya apuntaban a principios del siglo XIX que las diferencias entre economías confieren “ventajas comparativas” que justifican el comercio recíprocamente provechoso para todos los países participantes en él. Es decir, si una nación es más productiva que otra a la hora de elaborar vino y esta última es más eficiente en la fabricación de paño, ambas economías pueden obtener ganancias especializándose en aquello que hacen mejor y comerciando entre sí.

Un razonamiento simple y atractivo que resulta evidente cuando la ventaja relativa de los países reside en aspectos tecnológicos, pero que igualmente aflora si atendemos a las dotaciones particulares de factores de producción. En otras palabras, la diferenciación internacional entre economías puede descansar tanto en el nivel de conocimiento productivo acumulado, como en la oportunidad de contar con un recurso exclusivo o abundante, utilizado de forma intensiva en la elaboración de determinados bienes o servicios.

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Vistas de las termas de Outariz.

No obstante, las potenciales fuentes del comercio no se agotan con el argumento de la desigualdad y de la ventaja comparativa, tal cual lo hemos esbozado. Resulta factible que un país, en principio similar a otros, sea pionero en la especialización en ciertas ramas de actividad y que un adecuado dimensionamiento de sus empresas y sectores productivos le otorgue ventajas de costes y ganancias de competitividad. Una posibilidad que confiere al “primero que llega” a un mercado una posición de privilegio, difícil de desbancar por eventuales rivales recién incorporados al mismo. Y, en este supuesto, los lances de la historia, la fortuna o el azar juegan un papel destacado y pueden situar a una determinada economía en la senda virtuosa de una especialización sostenida en el tiempo, con independencia de que las causas originarias de la misma se hayan desvanecido.

Ahora bien, más allá de la motivación de lo expuesto y salvando las oportunas distancias, la argumentación anterior resulta poderosamente útil a la hora de descender al ámbito del análisis de la competitividad de los territorios, con independencia de su carácter nacional o no. Es obvio que las ciudades, las provincias y las regiones de cualquier país soberano acostumbran a ser visualizadas como espacios de producción y actividad económica, conformados por agentes que concurren a los diferentes mercados al objeto de intercambiar bienes y servicios. En tal sentido, el principio de la ventaja comparativa opera a nivel territorial con la misma validez y solvencia que lo hace en el contexto del comercio internacional. Sin ir más lejos, si el Levante español dispone de un clima benigno, de magníficas playas y de aguas cálidas, resulta lógico que se especialice en la prestación de servicios turísticos y atraiga un gran número de visitantes procedentes de todos los confines del mundo, con el consecuente efecto multiplicador sobre otras actividades productivas.

En consonancia con la reflexión precedente, ¿por qué entonces una ciudad como Ourense es incapaz de aprovechar con criterio los millones de litros de aguas termales que, sin mayor utilidad, vierte a diario en los cauces de los ríos que discurren por sus dominios? Pregunta recurrente de inmediata respuesta, porque no atendemos a las enseñanzas de quienes llevan siglos abordando la misma o similar cuestión en sus respectivos lugares de procedencia. Ya sé que ciertos líderes institucionales niegan la mayor y cuestionan la fiabilidad del termalismo como motor impulsor de la economía local, tomando mayor nota de las carencias de las experiencias fracasadas que de las virtudes de los modelos de éxito. Nada nuevo bajo el sol. En todo proceso académico, siempre es perceptible como algunos estudiantes evidencian notables dificultades a la hora de apreciar los buenos hábitos de sus compañeros más aventajados. Pero este es otro debate, por supuesto.

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