Opinión

El aborto es otra cosa


El filósofo Julián Marías consideró, y no sin razón, que los dos errores morales más graves del siglo XX habían sido la aceptación social del aborto y la generalización del consumo de drogas. Pero a pesar de los dramas que ambas cuestiones han provocado a las sociedades contemporáneas, al Parlamento francés no le ha temblado la mano para convertir el aborto en derecho fundamental, incluyéndolo en su Constitución. Lo que me resulta más estremecedor es que esta reforma se haya aprobado por más de los tres quintos de los votos y nadie haya querido tomar la palabra para defender la vida. 

En la conferencia de Wannsee, en la que diversos mandos nazis acordaron la llamada “Solución final” para acabar con los judíos, el jurista asistente, Wilhelm Stuckart, intervino para reclamar que en cuestiones jurídicas, “hay cosas que no se pueden hacer”. Pues eso es lo que supone la configuración del aborto como un derecho fundamental, algo que no se puede sustentar. 

El concebido no nacido no es una cosa ni un objeto, es un sujeto que, en tanto proyecto de persona, ya tiene per se algunos derechos, como por ejemplo heredar del padre fallecido durante la gestación y siendo titular de esos derechos lo es tanto como su propia madre. 

Los derechos fundamentales son derechos inherentes a la persona, comprometen a toda la sociedad y están para garantizar la justicia, el bien común y en definitiva, las facultades a través de las que cada individuo expresa su humanidad. Por ello, su construcción no puede depender del deseo más o menos caprichoso de algunos, aunque su número sea alto.

No podemos confundir derechos y comportamientos, porque algo puede estar permitido y sin embargo no constituir por ello un derecho. Por eso, el aborto podrá ser una conducta despenalizada, una tolerancia, un mal menor, incluso algo lícito, pero no un derecho fundamental, ya que con él no se busca la protección de un bien en sí mismo. Y precisamente porque se tolera como un mal menor, lo que debería ser objeto es de una política de prevención

Lo sucedido en Francia es una prueba más del desorden y la decadencia moral que se apodera de una Europa que camina decididamente a la bancarrota jurídica y moral. Pero no nos engañemos, no asistimos a la génesis de una nueva moral que sustituye a la vieja, asistimos a la agonía de toda moral. Porque cuando los gobernantes dejan de distinguir entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, las sociedades decaen hasta extinguirse. 

La defensa de la vida “no es una ideología”, es una realidad humana que debe afectar a todos. La Pontificia Academia para la Vida afirma: “En esta fase de la historia, la protección de la vida se debe convertir en una prioridad absoluta, con medidas concretas en favor de la paz y la justicia social, con medidas eficaces para el acceso universal a los recursos, a la educación y a la salud”.

El aborto, en tanto que derogación del respeto a la vida desde su inicio, no puede ser más que un fracaso y por tanto, dar el mismo valor al nacimiento y al aborto, a la vida y a la muerte, es un completo sinsentido. Más allá de eso, el sufrimiento que provoca en la mayoría de las mujeres que tienen la desgracia de recurrir a él, es suficiente para demostrar que es un mal que hay que prevenir. De nada sirve disfrazarlo de bien, de derecho o de libertad.

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