Opinión

¿Ciencia o show?

En 1962, el espeleólogo francés Michel Siffre pasó 61 días dentro de una cueva alpina. Al salir, pensaba que solo habían pasado 34 jornadas sin luz natural ni referencias temporales. Su experiencia demostró que los ciclos conocidos de vigilia y sueño eran consecuencia del contacto con la exposición al sol y que, en su ausencia, el reloj se desbarata.

Desde entonces, ha habido otras experiencias, la mayoría se han desarrollado en entornos controlados y en periodos de tiempo relativamente breves. Por tanto, parece que el récord mundial establecido por la deportista Beatriz Flamini, de pasarse 500 días a 70 metros de profundidad, sola, incomunicada y sin luz del sol, en una cueva en Granada, puede suponer una oportunidad para los investigadores. 

El proyecto llamado Timecave partió de la propia Flamini, que se puso en contacto con la productora Dokumalia, que realizará un documental y un estudio con varias universidades. Confiesa que estuvo bien, no habló sola, aunque a ratos quería gritar, pero no lo hizo porque la cueva la trataba bien y ella intentaba devolverle el cariño. 

Quinientos días sin hablar me parecen demasiados y me recuerdan la historia del monje que entró en un monasterio en el que solo se podían decir dos palabras cada diez años. Después de su primera década, dijo: Sopa fría. Tras la segunda: Cama dura, y a la tercera, treinta años después: Me voy, y el abad le respondió: Lárgate que desde que entraste, no has hecho otra cosa que quejarte.

Desde que Flamini entró en esa cueva el 20 de noviembre de 2021, algunas cosas han cambiado. El covid se ha “gripalizado” y hemos aprendido a vivir con él. Ha estallado una guerra que ha cambiado la situación política y social internacional. Rusia no consiguió su conquista rápida y Ucrania resiste gracias a la ayuda militar de la OTAN y la UE. Zelenski y Putin siguen copando titulares, con China y EEUU como actores secundarios, mientras que las bombas siguen causando muerte y dolor. Derivado de este conflicto, la economía mundial se ha visto resentida. La subida de los costes de producción y de las materias primas, ha hecho que los precios se disparen y todo sea mucho más caro. 

Reconozco que en un primer momento pensé “vaya frikada”, los deportes extremos me causan por igual, miedo e incomprensión y no encuentro sentido a eso de llevar el cuerpo y la mente al límite por gusto. Mi idea del disfrute tiene que ver con situaciones en las que nadie arriesga su vida. Mi segunda reacción fue de duda, ¿y esto qué tiene que ver con la ciencia? ¿Es deporte, espectáculo, o puro marketing? No cabe duda de que eso se ha conseguido, con un despliegue mediático bien calculado, que ha generado curiosidad y minutos de televisión. 

Sin embargo, he de reconocer, que entender cómo funciona la cronobiología, puede tener aplicaciones en salud y ser útil para el estudio del comportamiento del cuerpo humano en entornos más o menos parecidos, como los tripulantes de submarinos, o los habitantes de zonas en las que no sale el sol en meses. Incluso para conocer nuestros límites para hacer viajes completamente aislado, de cara a la exploración del espacio exterior.

Llevo todo el día pensando que bien estuvo Flamini ahí abajo en contraposición con el ruido de aquí arriba y en que sitio me encerraría yo voluntariamente. Sin duda, elegiría una buena marisquería. E imagino los titulares, se alimentó exclusivamente de tapas y al salir declaró: ¡Se me ha hecho corto!

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