Opinión

Hablemos de pereza

Se trata de un hecho tan frecuente y humano que ha protagonizado anécdotas cómicas. A Robert Koch, descubridor del bacilo de la tuberculosis, se le pidió en el colegio que hiciese un ensayo sobre la pereza. Tras unos minutos entregó al profesor su trabajo y este, extrañado, le preguntó si el texto era muy extenso, a lo que respondió: Tres páginas. En la primera página ponía “esto”, en la segunda “es” y en la tercera “pereza”.

Para el cristianismo es uno de los siete pecados capitales y aunque pensemos que es el que menos daño hace, porque recae en nosotros mismos, frente a los demás que necesitan de la concurrencia de otros, en muchas ocasiones, la pereza de personas con poder, hace que se pueda desvencijar la propia humanidad.

Para algunos, la idea que tenemos de la pereza ha evolucionado de forma paralela a la del colesterol: ambas se vieron como algo malo hasta que un día la medicina habló de otro colesterol, el saludable, y la ciencia confirmó que también hay una pereza regenerativa y gozosa. Mario Quintana, firme partidario de la indolencia, defienden que la pereza mueve el mundo y es una de las fuerzas más formidables de la naturaleza. Nada ha contribuido más al progreso de la humanidad que uno que se cansaba al caminar o trabajar, decidió inventar la rueda.

En “El derecho a la pereza”, lectura, breve, divertida y muy sugerente para la reflexión y la crítica, el yerno de Marx, Paul Lafargue exponía que “Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras… Esa locura es el amor al trabajo” y que la pereza es el goce de los vicios, de las pasiones y de las necesidades que ocuparían el resto del día. En una línea similar camina “Elogio de la ociosidad”, de Bertrand Russell.

Por el contrario, Tomás de Aquino, decía que los pecados o vicios capitales (la pereza lo es), son aquellos a los que la naturaleza humana está más inclinada. Es, además, el más complicado de los vicios, ya que se refiere a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo, lo que nos lleva a la tristeza al teñir al mundo de negatividad.

Los que no encuentran el gusto por “hacer” lo manifiestan de forma teórica y práctica. Son los quejosos, los que expresan que nada se puede cambiar, que los otros no son de confianza, que la culpa de sus males la tiene la sociedad. En la praxis el holgazán inconsciente no solo no ayuda sino que da el doble de trabajo al que tiene al lado.

Hay que preguntarse también cuál es la diferencia entre pereza y cansancio. Es un tema de gran actualidad, ya sea por el ritmo de trabajo que llevamos para poder pagar la inflación y los impuestos, ya sea por la pereza que nos da ver qué cosas hacen con nuestros impuestos. Si el cansancio es la pereza después de haberse cansado, la pereza es el cansancio antes de haber hecho nada. Por eso, la primera debe estar para vencerse y el segundo para después de haber vencido.

A su vez, el cansancio es al cuerpo lo que la pereza al alma y esta suele ser la manera que tiene el cuerpo de transmitirle al alma su cansancio. Se puede también estar cansado de la propia pereza cuando lo que querríamos es estar pletóricos. La pereza es también una suerte de brújula moral que detecta antes que la conciencia cuál es el verdadero deber en cada momento. Lo que da más pereza, es justo lo que hay que hacer antes. Este consejo no falla nunca.

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