Opinión

El árbol de la Cruz

El Viernes Santo es el primer día pleno del triduo pascual. En este día, Cristo crucificado ha de ser el centro de nuestra mirada creyente. En la cruz, Cristo asumió en sí todo el dolor de la humanidad a lo largo de los siglos. En la celebración litúrgica del Viernes Santo descubrimos, a la luz de la fe, el paso de Dios por la noche del hombre. Al contemplar a Jesús crucificado, comprendemos que nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Es la locura del amor de Dios hacia todos y cada uno de los hombres.


En la liturgia de este día se nos invita a mirar el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Dios se nos manifiesta anonadándose. Es el Dios paciente. La cruz es nuestra fuerza. Antes era un signo horroroso, pero desde que Cristo murió en ella es signo de salvación. ’Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación’ (Gal. 6,14). Acerquémonos a la cruz; entremos en la escuela del Crucificado para contemplarle y para escuchar de Él las palabras más generosas de perdón, de paz y de amistad.


Mirando a la cruz, el creyente aprende a orar en el dolor, a hacer oración del dolor. Jesús, al rezar el Salmo 22, expresa a su Padre toda su situación de dolor, de tensión, de abandono, de tristeza y de angustia. Jesús no se queda con su situación dolorosa, sino que la lleva a la oración y la pone en manos del Padre. Orar el dolor, como Jesús, es descubrir el sentido redentor, liberador y purificador del dolor. En la Eucaristía actualizamos el sacrificio de Cristo en la cruz. Al celebrar este sacramento tenemos la oportunidad de orar nuestro propio dolor ante el altar del sacrificio.


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