Opinión

Aprender de los demás

Suelo decir que mal le irá a la persona que se niega a aprender de los demás. Todos podemos ver cosas buenas en otros y, de las malas, también podemos sacar conclusiones. En nuestro archivo es interesante ir almacenando infinitas cosas que vemos alrededor. Muchas veces caminan a nuestro lado personas que a lo mejor las juzgamos inferiores y de quienes podemos aprender y mucho.
Nunca pagaré mi experiencia de secretario de la Visita Pastoral a la diócesis ourensana cuatro veces seguidas. Ha sido algo único para conocer el valor de los pueblos de la provincia, su patrimonio, geografía, paisaje, la categoría y sacrificio de tantos sacerdotes y, sobre todo, la sabiduría popular de tantos vecinos tal vez ayunos de muchas letras pero inmensamente sabios a la hora de reflejar experiencia, sensatez, equilibrio y consejo.

También me pasa miles de veces tanto en clase con los alumnos así como en el confesionario. Uno se queda impresionado. Acontece, cuando se acercan personas humildes, que nos dan muchas e interesantes lecciones. En más de una ocasión dan ganas de decirle al penitente que cambiamos de lugar porque su altura espiritual es inmensamente superior a la de uno.

Vienen a mi mente todas estas experiencias al contemplar la prepotencia que abunda en nuestro derredor en todos los campos de la sociedad. Personas intransigentes que se creen dueños y señores de la verdad y que siempre están dispuestos a cercenar las opiniones del prójimo, sus actitudes y afirmaciones. Tristes personajes que nunca han aprendido algo tan sencillo como es la comprensión para con los demás. Personas durísimas con los defectos del otro cuando la viga de sus ojos es inmensamente mayor que la paja que pende de la pupila del que va al lado. Personas que siempre ven con buenos ojos lo que dicen los que ellos llaman “los nuestros” pero que nunca admiten nada positivo en aquellos que llaman “contrarios, enemigos” y otras lindezas.

Precisamente en estos días celebramos la fiesta de San Francisco de Sales, patrón de la Familia Salesiana y de su fundador Don Bosco. Ambos han sido dechados de mansedumbre, diálogo y aceptación. Aquel sacristán quería maltratar y echar fuera a un niño travieso que le incordiaba y mira por donde Don Bosco le escogió para ser el primer salesiano. A un niño, Bartolomé Garelli, que sólo sabía silbar y nada más. Pero para el santo de Turín fue suficiente.

Porque acaso desconocemos que en la moralidad de un acto, en cada postura o actitud de cualquier persona influyen infinidad de circunstancias y motivos personales, muy humanos, que le llevan a pensar y actuar distinto. Y eso debiéramos asimilarlo antes de juzgar o encasillar los demás.

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