Opinión

Bajarse de la cruz

La cruz forma parte desde hace más de veinte siglos de las mismas esencias del cristianismo. Una fiesta que en Ourense y Granada se celebra el 3 de mayo, aun cuando en la Iglesia Universal el día señalado es el 14 de septiembre. Oficialmente se llama “La Invención de la Santa Cruz”, celbrada el pasado martes. Y es esencial porque, si recordamos el Viernes Santo descubriremos que en ella Cristo nos salvó sufriendo y amando a los que le perseguían. Es el hecho central de la Historia de la humanidad.

Por eso es imposible que haya cristianismo sin cruz que todos, de una manera u otra, portamos con dolor. El mismo Cristo desde la cruz gritó: “¿Por qué me has abandonado?”; “Si es posible pase de mi este cáliz, pero hágase tu voluntad y no la mía”. En ningún momento rehusó la cruz pese al dolor, la contradicción y escarnio que ello significaba. Olvidó, y ni se le pasó por la mente, bajar de la cruz que fue la que le llevó a la mañana de Pascua.

Hoy en día, con tantos señuelos y tantas posibilidades, algunos optan por bajarse de la cruz aunque ello suponga una claudicación y en el fondo, sobre todo, una la falta de coherencia a palabras dadas algunas bajo juramento.

Es muy cierto que Jesús perdona siempre, como a la mujer pecadora, pero hace a la vez una llamada a la coherencia: “¿Nadie te ha condenado, mujer? Vete en paz y no peques más”. Basta, por tanto, de reflexiones morbosas que pretenden machacar y hundir al afectado. Ocurre que los humanos, prestos a ver la mota en el ojo ajeno, obviamos la viga en el propio; estamos siempre muy dispuestos a hacer sangre del delito o fallo ajeno, vertiendo ríos de tinta para criticar a cuantos se apean de la cruz, y eso ni es humano ni cristiano. Se hace leña del árbol caído ¡tantas veces! Antes que la comprensión y la valoración de cuanto mal ha podido hacer el prójimo para tratar de comprender ciertas complicadas situaciones que a los ojos de muchos llegan a escandalizar o incluso causar estupor.

Nunca puede ser esa la postura del verdadero cristianos que en el fondo hiere al ofendido y causa zozobra en quienes adoptan esas posturas con críticas despiadadas. En el corazón de las personas siempre andan infinitas razones de todo tipo que han inducido a ese bajarse de la cruz. La gran mística Santa Teresa, cuando aquel amigo suyo se suicidó tirándose al Tormes, ella lloró pero, sobre todo, rezó hasta que en una aparición el Señor le dijo: “No llores Teresa porque entre el puente y el río estaba Yo”. Y la misma mística universal narra aquella “Noche oscura del alma” y los desprecios que le dieron los “chamarileros” burgaleses y, pese a ello, se refugió en la oración porque decía mil veces: “Sólo Dios basta”.

Por eso ante ciertas noticias actuales, los que tenemos fe estamos llamados a ponerla a prueba y responder según el estilo de vida del cristianismo. Sobran, en el caso conocido de todos, esas criticas que lo único que consiguen es perturbar aún más las aguas tan turbias que corren en la actualidad. En el fondo, y así lo creo, hay decisiones personales incomprensibles pero que en el corazón de las personas solo Dios puede entrar y juzgarlas, muchas veces con criterios bien distintos a los nuestros. Yo me pregunto cuántos tratan de ponerse en el lugar de esa persona que sin duda alguna estará sufriendo y mucho, en vez de hacer de su vida leña para una hoguera de invierno. Mucho ruido mediático y poco acompañamiento y cercanía.

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