Opinión

Canto a la vida

Decíamos el domingo de Pascua cómo los grandes santos todos hacen un canto a la vida y nunca a la muerte.

Santa Teresa de Jesús afirmaba: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Y mismo repetía José María Pemán en una célebre poesía: “… quien diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Que ya no es su sitio el desierto ni en la montaña se esconde, decid si preguntan donde que Dios está sin mortaja en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”.

Y es célebre una página de san Agustín en la que hace un sentido elogio de la vida:

“La muerte no es nada. Yo sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que éramos unos para los otros, lo seguimos siendo.

”Llamadme por el nombre que me habéis dado siempre. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis con un tono diferente. No toméis un aire solemne o triste. Seguid riéndoos de lo que nos hacía reír juntos. 

”Sonreíd, pensad en mí. Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra. La vida es lo que es lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente, simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero… No estoy lejos, sólo al otro lado del camino… ¿Veis?, todo está bien. Volveréis a encontrar mi corazón. Volveréis a encontrar mi ternura acentuada. Enjugad vuestras lágrimas y no lloréis si me amabais. ¡Hasta siempre querido amigo!”

Este debiera ser el plan del creyente que, en definitiva, es la base de la verdadera alegría cristiana. 

Es el distintivo del bautizado, al que por algo el día del bautismo se le entrega una vela encendida para que la mantenga de esa manera durante toda su vida. En el fondo, vivimos en un mundo con muchos motivos para la tristeza, pero el cristiano debe saber sobreponerse y guiarse por la luz de la mañana de Pascua.

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