Opinión

CORAJE, VALENTÍA Y LUCIDEZ

Cuando ayer recibía la noticia de la renuncia de Benedicto XVI me vino a la memoria una reflexión que me hacía hace muchos años quien entonces era mi querido párroco Jesús Pousa. Él, que era un hombre muy lúcido e inteligente, me decía: 'Uno llega un momento que por la edad avanzada es incapaz de retirarse; sólo lo hacen los inteligentes'. Don Jesús era inteligente. Todo el mundo sabe llegar, pero irse es privilegio de los grandes y valientes desapegados de poder temporal y con gran lucidez valentía y visión de futuro.


Por eso la sorpresa de ayer lo fue menos. En su renuncia dice: 'He llegado a la certeza de que, con la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio', así de sencillo y humilde, lo cual dice mucho de su gesto. Después de Clemente I (siglo II), Ponciano (235), Celestino V (1204 y Gregorio XII (1415), el Papa Ratzinger pasará a la Historia como el quinto que ha tenido el humilde coraje de renunciar. El gesto hace más humana a la Iglesia y más acorde con el devenir de los tiempos.


El día de su elección, el 19 de abril de 2005, se definió como 'un humilde trabajador de la viña del Señor' y éste ha sido su estilo y su programa para un hombre que ha sido profesor y uno de los mejores teólogos y pensadores del siglo XX. Llegado al cargo lo ha manifestado en sus densos estudios, encíclicas (tres), exhortaciones, escritos y homilías, siempre coherentes y con una gran libertad de espíritu. Con esta decisión pensada y meditada da a la Iglesia un contundente ejemplo y abre la puerta en los tiempos modernos a que esta decisión sea algo normal en la posteridad. El valor de la dimisión para una persona con poder vitalicio es todo un signo, sobre todo en los tiempos que corremos, de una gran humildad.


Acaso se olvida precisamente la parte humana. También el Papa tiene derecho a descansar y a dedicarse a lo que siempre le atrajo, que es el estudio de la teología. Es capaz, como se ve, de asumir sus limitaciones y dejar paso a quien con fuerzas, también físicas, pueda prestar a la Iglesia el servicio de dirigir la barca de Pedro. Por eso nos alegramos primero por él y después por la Iglesia que con este testimonio puede adecuarse más a los tiempos presentes. Su Pontificado, hay que reconocerlo también, contó con el peso de haber sido el Prefecto de la Congregación de la Fe, algo que algunos fueron incapaces de olvidar ante la reiterada realidad de un hombre sencillo, sensible, inteligente y espiritual. Queda ahora la misión de leer con tranquilidad todos sus publicaciones que, sin duda, serán material de trabajo para su sucesor, que podrá observar como habitual situaciones similares. Todo su Pontificado y su vida fue un constante trabajo por unir la razón y la fe.


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