Opinión

Las cosas pequeñas

La inmensa mayoría de nosotros nunca vamos a estar llamados a cosas grandes, a heroicidades de primera página. Pasaremos a la historia como seres anónimos. Los grandes héroes son contados en cada siglo, los demás somos del montón.

Pero también los del montón, todos, estamos llamados a esas heroicidades anónimas del vivir diario teñido de juncos y mimbres, como diría Pemán, para construir el gran cesto para el mundo. Tal vez desaprovechamos la heroicidad de las cosas pequeñas, esa labor de hormigas constructoras de tantas cosas grandes.

Porque el mundo está  compuesto de infinitas cosas diminutas que son en definitiva las que van cambiando el modelo de vida de los pueblos. Es pequeño el fermento que engrandece la masa para bien o para mal. De ahí el cuidado que todos debiéramos tener con las cosas pequeñas, diminutas. Recuerden: "Unha vella en vagos xuntou cen mollos".

Aquí en Lisboa tenemos un ejemplo. En la "Línea" que une la capital con Cascais había centenares de palmeras que embellecían el paisaje. Y nada digamos en el hermoso jardín delante del Casino de Estoril. Poco a poco están muriendo todas y la causa, que nadie consigue atajar, es un diminuto coleóptero de la familia de los Curculionidae, el insecto llamado "Picudo rojo" originario de Asia tropical que apenas alcanza cinco centímetros. La larva perfora galerías de más de un metro en los troncos de las palmeras y las mata de manera incontrolada en Asia Europa y América. ¡Y es un animalito bien pequeño!

Como el avión que es un punto en la inmensidad del firmamento y que al tomar tierra, con centenares de pasajeros a bordo, es un inmenso obstáculo en la cercanía que incluso nos impide ver el cielo. Lo mismo que los hermosos puzzles y los grandes mosaicos llevados a cabo con pequeñas piezas multicolores.

Pues nuestras vidas se mueven en la misma tónica que algunos llaman la heroicidad de las cosas pequeñas. Hace falta que comprendamos su valor y valoremos su grandeza. La inmensidad de una sonrisa, la mano tendida a quien la necesita, el mendrugo de pan a quien tiene hambre y la ayuda a aquel anciano ciego que pretende pasar el paso de cebra. Unicamente así tendrá sentido nuestra vida y futuro nuestra actitud porque ni el egoísmo, ni la soberbia y la acritud conducen a nada bueno más que a la desazón.

Sigue siendo cierto que el mayor de los placeres es el deber cumplido que lleva a compartir y a valorar que quien va a nuestro lado es humano como nosotros. Y con la certeza de que siendo usted y yo buenos habrá en esta tierra dos pillos menos. Y esa bondad brota de saber estar sobre todo en las cosas que pueden parecer diminutas como el avión que vuela pero que en realidad es algo grande, muy grande, enorme. 

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