Opinión

De Tours a Braga

Con razón también las castañas ayudan a celebrar mañana al patrón de Ourense y de muchos lugares del mundo, como Buenos Aires. Un francés, de Tours, cuya devoción se extendió por los cinco continentes con gran celeridad. Pero acaso algunos olvidan la raíz de esa devoción. ¿También los de Domés en Celanova? Hace de esto muchos años, el entonces alcalde de Ourense publicaba aquí en este día un documentado escrito que entonces leí con gran atención. Hablaba David Ferrer de la relación entre san Martín de Dume y el rey suevo Carriarico. Interesante historia que muchos olvidan.

Si tenemos devoción a Martín de Tours es por la intervención de Martín de Dume (Panonia 510-Braga 579) que llegó a ser obispo de la sede bracarense. Consiguió incluso que su abadía (Dume) fuese ella sola una diócesis. Es el apóstol de los suevos, consiguiendo que los arrianos se convirtiesen al catolicismo. También a él se debe el cambio en los nombres de los días de la semana en Portugal, sustituyendo la terminología pagana por la cristiana, y pretendió hacer lo mismo con los planetas. Estudió en oriente y, vuelto a Roma, desde allí fue a Tours a visitar el sepulcro de su coterráneo Martin de Tours. Celebró el Concilio de Braga. Fue un gran apóstol así como un gran escritor y traductor de obras clásicas. Con obras importantes.

Muere el 20 de marzo del 579 y su epitafio en Dume reza: “Nascido na Panônia, atravessando vastos mares, impelido por sinais divinos para o seio da Galiza, sagrado bispo nesta tua igreja, ó Martinho confessor, nela instituí o culto e a celebração da missa. Tendo-te seguido, ó patrono, eu, o teu servo Martinho, igual em nome que não em mérito, repouso agora aqui na paz de Cristo”. 

El vinculo con el de Tours es claro. Los suevos eran seguidores de Arrio (256-336) que fue un asceta, presbítero y sacerdote en Alejandría y un obispo hereje que negaba la naturaleza divina de Jesucristo. Posiblemente tuviera un origen libio. El rey de los suevos, Carriarico, tenía un hijo enfermo que se llamaba Mirón, y acudió a muchos médicos y curanderos sin conseguir la salud. Como última solución, mandó a una comitiva real hasta Dume para que intercediese el abad Martín. Les respondió el religioso que solo el poder divino podía, pero les dio un consejo: “Vayan a Tours y traigan las reliquias de mi paisano Martín de Tours, encomiéndense a él a ver qué pasa”. Así lo hicieron y el chico sanó. Acto seguido, el rey reconoció al catolicismo y con él su reino. Y los respaldó después el Concilio de Nicea.

Así entró en la Península nuestro patrón por la intercesión del de Dume. La iglesia cristiana estaba dividida por desacuerdos sobre la cristología o la relación entre Jesús y Dios. Arrio intensificó la controversia y la llevó ante un público más amplio de la iglesia. En cualquier caso, el conflicto entre Arrio y sus enemigos llevó el asunto al primer plano teórico, la doctrina que él proclamaba creer, sin ser originalmente suya, es etiquetada como tal. Sin restar nada a la valía del francés, sí que es necesario resaltar la influencia del de Dume.

Les suelo decir, medio en broma y medio en serio, a los portugueses que poseen, a mi modo de ver, tres “pecados” históricos. El más grave es dejar que al franciscano más inteligente, junto con san Buenaventura, el querido Fernando de Bulhôes, nacido en el barrio más entrañable de Lisboa, Alfama, se le permita llamar “de Padua”, cuando allí poco tiempo estuvo porque iba a dar clases a París. ¡San Antonio es de Lisboa! El segundo pecado es el casi anonimato en que se conserva Martín de Dume. Y el tercero es el único papa portugués, Pedro Hispano (Juan XXI), de una categoría intelectual innegable siendo incluso médico, y con un testimonio de pobreza inigualable. Vivió tan pobremente que un buen día se le vino el tejado y la casa encima y así murió. La realidad es bien clara. 

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