Opinión

El dedo en la yaga

El pasado Miércoles de Ceniza (10 de febrero), el papa Francisco habló, como hace siempre, con los pies en el suelo, claro y conciso y sin florituras: "Si el Jubileo de la Misericordia no llega a los bolsillos no es un auténtico Jubileo" y denunció que "el 80% de la riqueza de la humanidad está en manos de menos del 20%", clamando contra la usura. Y bajó a la realidad concreta, reconociendo que muchas personas terminan en el suicidio porque carecen de una mano que les ayude y sólo para exigirles lo que deben. El Jubileo de la Misericordia de este año debe ser "una especie de condonación general para combatir la pobreza y la desigualdad porque la tierra pertenece originariamente a Dios y está confiada a los hombres". "¿Si tienes demasiadas cosas, por qué no dárselas a los que no tienen nada? Un diez o un cincuenta por ciento, para que nuestro corazón sea más grande, generoso y con más amor. La ley bíblica prescribía la entrega de los diezmos. No lo inventa este papa. Estamos llamados a hacer habitable y humano el mundo que nos acoge. Es bello ayudar a los otros, dar el diezmo a los extranjeros. Jesús también fue extranjero en Egipto. ¡Cuántas familias están en la calle, víctimas de la usura!"."¡Cuántas angustias en las familias y, a veces, la desesperación". 

Por eso el Jubileo era una especie de "indulto general", con el cual se permitía a todos de regresar a la situación originaria, con la cancelación de todas las deudas nadie puede atribuirse la posesión exclusiva, creando situaciones de desigualdad era una sociedad basada en la igualdad y la solidaridad, donde la libertad, la tierra y el dinero se convirtieran en un bien para todos y no solo para algunos. De hecho, el jubileo tenía la función de ayudar al pueblo a vivir una fraternidad concreta, el jubileo bíblico era un "jubileo de misericordia", 

Todos estamos llamados a hacer habitable y humano el mundo que nos acoge. Quien es afortunado podría donar a quien está en dificultad. Primicias no solo de los frutos de los campos, sino de todo otro producto del trabajo, de los sueldos, de los ahorros, de tantas cosas que se poseen y que a veces se desperdician y son inútiles en nuestras casa. Tenemos infinidad de cosas en nuestros hogares que lo único que producen es agobio, estorbando la convivencia.

Dice la Biblia: "Si tu hermano se queda en la miseria y no tiene con qué pagarte, tú lo sostendrás como si fuera un extranjero o un huésped, y él vivirá junto a ti. No le exijas ninguna clase de interés: teme a tu Dios y déjalo vivir junto a ti como un hermano. No le prestes dinero a interés, ni le des comidas para sacar provecho" (Lev 25,35-37). ¡Cuántas situaciones de usura estamos obligados a ver y cuánto sufrimiento y angustia llevan a las familias!

El mensaje bíblico es muy claro: abrirse con valentía al compartir. Entre conciudadanos, entre familias, entre pueblos, entre continentes. Contribuir a la construcción de una sociedad sin discriminación, basada en la solidaridad. Son muchos los puntos a socorrer: los inmigrantes, las catástrofes naturales como Ecuador y un sinfín de necesidades producidas por la crisis que ha llevado al paro y a la necesidad creadora de angustia y zozobra en nuestra actual sociedad. 

La crispación y los desencuentros sociales provienen muchas veces de una sangrante falta de solidaridad con nuestro entorno..

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