Opinión

Una dolencia insanable

Cuentan las crónicas que la primera idea a la hora de convocar el Concilio Vaticano II era doble. Por un lado, reformar la Liturgia, y por otro, abordar el tema del ecumenismo. En el fondo después todo se fue alargando, pero estos dos temas subyacen en toda la documentación conciliar. Llegaron después las presiones de uno y otro lado, y no todos comprendieron a san Juan XXIII y a san Pablo VI, que fueron los artífices de aquella reunión fundamental.

Es muy lamentable que siga existiendo la división en los seguidores de Cristo. Desde el año 1054 esa división entre Oriente y Occidente. Aquella ruptura promovida por Focio y Miguel de Cerulario por un lado y el papa León IX por otro sigue clamando al cielo. Hasta el punto de que estuvimos mutuamente excomulgados hasta que Pablo VI y el patriarca Athenagoras se levantaron la mutua excomunión en Jerusalén en el año 1964.

Y nada digamos de la división entre católicos evangélicos y protestantes que sigue vigente. Las cosas en la práctica siguen igual, pese al esfuerzo, todo hay que decirlo, de los católicos de Roma con incontables reuniones, documentos y cesiones que en nada o casi nada han contribuido a destruir esa barrera de siglos. Porque mucho se habla pero nada se lleva a la práctica. Ni las reuniones de Asís por la paz y el diálogo, ni las mutuas visitas de jerarcas ortodoxos y protestantes o evangélicos han servido en la práctica para nada, al menos hasta la fecha. Sigue estando vigente aquel dicho de que al final de los tiempos, en el Juicio Final, nos van a encontrar reunidos, pero cada uno por su lado y nunca unidos.

Nunca se podrá criticar a la Iglesia católica por su postura. Ha dado muchos y variados pasos incluso en la revisión del dogma. Comisiones que han trabajado y siguen trabajando pero que sus frutos son bien escasos. Uno empieza a dudar si por ambas partes hay verdadero afán de unión, diálogo serio y encuentro. Y lo más grave es que todos se dicen seguidores de Cristo, cuya oración y súplica es clara: “Que todos sean uno, como Yo en Ti y Tú en Mí”. Parece que se hace caso omiso a este reiterado mandato divino, mientras cada uno seguimos tirando por un lado.

Tenemos gran cantidad de semanas dedicadas al ecumenismo y son incontables las exhortaciones y cartas papales a las que, por desgracia, pocos hacen caso. También es verdad que por parte católica una es la cabeza que pretende dialogar pero ¿con quién? Precisamente este es el problema, son muchas las cabezas que están muy lejos de ponerse de acuerdo. 

Y mientras este sea el panorama seguirá habiendo un gran lienzo en blanco en el que cada cual pinta su idea. Este es el problema, la enfermedad que requiere un buen galeno que lo una totalmente dentro del pluralismo necesario que debe reinar en cualquier comunidad.

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