Opinión

El indulto que pidió Quiroga Palacios

Sin duda alguna, la misericordia y el perdón son virtudes que honran a las personas grandes. Y a ello habremos de añadir una idea fundamental que explicó muy bien el cardenal Quiroga Palacios en la apertura del Año Santo de 1971. Antón Fraguas, cronista oficial de Galicia, afirmaba del cardenal ourensano: “Gelmírez le dio a Compostela el oro de hacerla universal; Fonseca, la sabiduría y la ciencia, y Quiroga, la santidad”. Sin entrar en el fondo del problema de los célebres indultos del “procés” catalán y de la postura de la Conferencia Episcopal española, me gustaría recordar la del macedano a raíz del Proceso de Burgos en diciembre de 1970.

Fue don Fernando uno de los eclesiásticos de más prestigio en aquel momento, él que en sus orígenes se dice que sentía inclinaciones republicanas y que llegó a ser candidato a la Sede Primada de Toledo a la muerte de Pla y Deniel el 5.7.68. Pero falleció en Madrid el 7 de diciembre de 1971.

En la apertura del Año Santo de 1971, el 31 de diciembre de 1970, sabiendo ya la sentencia de Burgos e incluso siendo amigo de Franco, ante el entonces ministro de Justiciam Antonio Maria de Oriol, representando a Franco, el cardenal pidió el indulto para los condenados en Burgos como lo había hecho Pablo VI, entre otros. Antes de concluir, deseó: “Una España cada día más pujante y más acorde con todas las exigencias del Evangelio”, reiterando la petición de “indulto conforme al perdón de Dios”, que, añadió: “No tendrá límites en este año de la Gran Perdonanza. Que sepamos imitar los hijos esta actitud del Padre. Así lo hemos pedido, y ahora reiteramos nuestra petición de que en nosotros se acentúe el sentido de la reconciliación en estos tiempos tan turbulentos dentro y fuera de nuestras fronteras. Sea amplia nuestra clemencia, aun con los equivocados o con los que delinquen”.

Todo parece sugerir que esta nueva llamada del cardenal, se encaminaba a lograr una conmutación de las penas para los encausados en el proceso de Burgos. Don Fernando, que era grande en todo, cercano, cariñoso y con un gran amor a su tierra que fueron Esgos y Maceda, tenía un gran corazón e inclinado al perdón la clemencia y la misericordia como demostró en la parroquia de Santo Domingo y después en Valladolid, porque el cabildo de entonces en Ourense se negó a darle el ser canónigo lectoral. En Pucela, junto con don Marcelo, promocionaron la devoción al Sagrado Corazón.

Pero, además de sus condiciones personales, era un hombre de Iglesia y como tal siempre inclinado al perdón. Entre las virtudes del Evangelio están la misericordia y el perdón. Así es posible seguir a Cristo que perdonó a los que le crucificaron, al buen ladrón y absolvió a María acusada de adulterio.

Por todo ello sorprenden las críticas a la Iglesia tanto catalana como la española en general, cuando piden clemencia y perdón. Nunca puede ser otra la actitud eclesial, evangélica, de los que pretenden seguir el ejemplo de su fundador, que además de ser hombre es Dios. Y hay otro detalle que resaltó el cardenal en su alocución, ante la presencia también de otro hombre bueno que era su amigo el cardenal de Sevilla Bueno Monreal, y es que “la clemencia la ejerce quien tiene el más alto poder para ello”.

A los dos cardenales les debe España ayuda que algunas veces se desconocen. Sería interesante leer una vez más la biografía que de él dejó escrita y publicada otro ourensano gran evangelizador de Venezuela, Cesáreo Gil Atrio. Escrita con cariño y con la objetividad, conocimiento y amistad que la familia Gil Atrio poseía con don Fernando desde que fuera seminarista junto a su gran amigo don Manuel Gil Atrio.

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