Opinión

Ir contracorriente

Tradicionalmente el mes de marzo lo dedica la Iglesia católica al tema de las vocaciones. Si me permiten déjenme que les diga que para mí es ese el problema fundamental de la institución creada por Jesús de Nazaret. Los demás son consecuencia de ello. Seminarios semivacíos, noviciados cerrados muchos de ellos y pueblos que, como consecuencia, carecen de sacerdotes. Es la realidad de una época en la que la Iglesia parece haber pasado de moda para algunos y necesitamos movernos y nadar contracorriente. 

Frente a este hecho recuerdo una frase de quien fue primado de España y cardenal de Toledo, don Marcelo, una figura irrepetible en todos los sentidos. Decía él que: “Quien contempla impasible y dice que Cristo hoy en día no sigue llamando a los jóvenes a una vocación de entrega y a seguirle de cerca, ni conoce a Cristo ni ama a los jóvenes”. Bien creo que la llamada existe y el fin es bueno, pero la sordera llega de tantos y tan variados medios que obnubilan a la juventud llevándola por el camino del tener y por la senda del producir y gozar de este mundo.

Es curioso que cuando se comenzaron a vaciar noviciados y seminarios, el de Toledo y el de Madrid entre otros pocos estaban a rebosar. Suquia y Rouco, con don Marcelo, conseguían aquel para otros “milagros”. El mensaje es bueno la misión es óptima. ¿Qué ocurre? La cosa reconozco que es mucho más compleja de lo que pudiera parecer, pero me atrevo a decir que, sin olvidar la demografía, existen también otros parámetros. Fueron y van adelante aquellos seminarios y noviciados de exigencias, de contenidos, de ideas con base firme, mientras las ocurrencias y las pasajeras vivencias conducen a la más fría soledad. Nunca la almoneda es buena y menos en la vocación.

Es una “carrera” difícil por lo que entraña de renuncia y sacrificio siempre por los demás en un inestimable servicio a la sociedad. Que para eso es la vocación consagrada por mucho que algunos deseen ocultarlo. Para dar al mundo el impagable servicio de descubrirles el verdadero camino, la verdad y la vida que es el premio. 

Máxime cuando vivimos en una sociedad totalmente manipulada en la que emerge incluso la cristianofobia por todas partes. Y ello nunca debe conducir al desánimo, antes bien debiera convertirse en posturas heróicas porque, hoy en día, irse al convento o a un seminario supone un paso, una decisión heroica, pero con una alegría y un premio que “ya nadie podrá arrebatar”. Lo recoge muy bien San Juan en su evangelio: “Vuestra alegría nadie os la podrá arrebatar” (16,20). Y matiza el mismo evangelista cuando hace una comparación y afirma que la mujer sufre en el parto, pero su gozo es pleno al nacer su hijo (“et gaudium vestrum nemo tollet a vobis”).

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