Opinión

Los incendios

Han sido las tempestades que han creado verdaderas catástrofes. Pero también los incendios que, un año más, han estado presentes en toda la península con unos resultados que todos lamentamos. Tanto España como Portugal (y también en sus islas) poseemos una riqueza forestal que está desapareciendo de manera alarmante. Posiblemente en una mínima parte la culpa sea de la climatología o la despoblación de comarcas enteras, dejando infinidad de parcelas sin cultivar donde la maleza crece. Pero eso es una mínima parte. Porque está claro que hay muchos indicios que culpan a la provocación como causa fundamental y también a la falta de cuidado de mucha gente que ignora el daño que causa con su falta de sensibilidad.

Pero si graves han sido los incendios en la península y en Europa, más lo han sido al otro lado del Atlántico. En Norteamérica y sobre todo en el Amazonas brasileño la catástrofe ha batido todos los récords, manifestando las autoridades una gran impotencia de medios de todo tipo. Parece que en muchas de estas catástrofes irreparables está la intencionalidad de personas depravadas que atacan a sus países en algo muy sagrado como es el medio ambiente. Sería de desear que una vez descubiertos estos criminales la justicia cayese sobre ellos con toda la fuerza posible.

Acaso desconocen estos desaprensivos el mal que causan a la naturaleza en primer lugar y, como consecuencia, a la población, que se ve sin un medio de sustento, y sobre todo minan gravemente la misma salud de la ciudadanía. La gravedad del tema requiere una ley mundial fuerte y eficaz.

Cae el alma al suelo al comprobar los muertos y cómo han ardido sus enseres y sus moradas. Pierden su ambiente, sus lugares de siempre, su hábitat que sostuvo a tantas generaciones. El fuego, las llamas, son esa arma mortífera que destruye sin piedad y debe combatirse desde una sensibilidad suma de los habitantes.

Vienen a mi memoria las palabra bíblicas: “Creced, multiplicaos y dominad la tierra”. Está en las primeras páginas del Génesis como una misión ineludible. Un mundo que ha quedado a medio hacer y que los habitantes estamos llamados a colaborar en su cuidado y perfección. Por eso quemar la naturaleza es un pecado grave para quien lo hace y una llamada urgente a dominarla y perfeccionarla para cuantos vivimos en el planeta. Y a ello deben ayudar con todas sus fuerzas las autoridades mundiales. Buena ocasión será la reunión de Madrid convocada en principio para Chile.

Un problema grave al que se une el cuidado comenzando por los mares, que se han convertido en mortíferos cementerios para los millones de peces que allí habitan y que son atacados con toda clase de objetos.

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