Opinión

Mes de memoria

Solía decir el ourensano cardenal Quiroga Palacios que en Galicia los muertos son el problema de los vivos, y razones tenía el de Maceda porque el culto a los muertos en esta tierra y sobre todo en este mes de noviembre, en el que se acude masivamente a los camposantos que se cuidan, limpian y adornan con flores, es la fe en el más allá que tan arraigada está en el pueblo gallego. Se cuenta que el purpurado compostelano cuando iba a Madrid solía pasar por el cementerio de Esgos para rezar a su madre.

Quizás los gallegos creemos y asumimos aquello de “Deja que el grano se muera/ y venga el tiempo oportuno;/ dará cien granos por uno/ la espiga de primavera./ Mira que es dulce la espera/ cuando los signos son ciertos;/ mantén los ojos abiertos/ y el corazón consolado:/ si Cristo ha resucitado,/ resucitarán los muertos”. Hay varias versiones y he escogido esta porque las ideas son las mismas. Y bien lo recoge igualmente la jota aragonesa: “En la tumba de una madre nunca se secan las flores teniendo a un hijo querido que sobre su tumba llore”

Esta es la realidad pues también es bien cierto que nunca llegamos a ser adultos hasta la pérdida de una madre. Porque siempre tendremos en ella, o en quien hace sus veces, el verdadero consuelo y sobre todo alguien con quién llorar, como me decía entre lágrimas un drogadicto en Lisboa que había perdido a su madre el día en que nació. Podemos tener amigos, muy amigos, que nos quieren y acompañan pero nunca el cariño de una madre. “Quien tiene madre y se queja, no debe escucharle nadie porque no hay pena sin consuelo para aquel que tiene madre”, cantan a la vera del Pilar zaragozano.

Para cuantos tenemos fe, más que las flores que depositamos en nuestros sepulcros, nos consuelan las palabras de San Agustín: “La muerte no es nada. Yo sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que éramos unos para los otros, lo seguimos siendo. Llamadme por el nombre que me habéis dado siempre. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis con un tono diferente. No toméis un aire solemne o triste. Seguid riéndoos de lo que nos hacía reír juntos. Sonreíd, pensad en mí. Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra. La vida es lo que es; lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente, simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero… No estoy lejos, sólo al otro lado del camino… ¿Veis?, todo está bien. Volveréis a encontrar mi corazón. Volveréis a encontrar mi ternura acentuada. Enjugad vuestras lágrimas y no lloréis si me amabais”.

E incluso para los gallegos, nuestra célebre “Negra sombra” de Rosalía de Castro nos da múltiples motivos para la reflexión e incluso el consuelo. Representa polisémicamente la soledad, la angustia y la tristeza de la poeta. El poema es la biografía espiritual de su autora, una mujer que sufrió muchísimo durante su vida: “Cando penso que te fuches, /negra sombra que me asombras,/ ó pé dos meus cabezales/ tornas facéndome mofa./ Cando maxino que es ida,/ no mesmo sol te me amostras, /ti eres a estrela que brila,/ i eres o vento que zoa./ Si cantan, es ti que cantas, /si choran, es ti que choras,/ i es o marmurio do río/ i es a noite i es a aurora./ En todo estás e ti es todo;/ pra min i en min mesma moras, /nin me abandonarás nunca, /sombra que sempre me asombras”.

En el fondo de nuestras vidas, este mes de noviembre, “que comienza con los Santos y acaba con san Andrés”, es un tiempo para la reflexión y para, pensando en nuestros seres pasados, a los que les dedicamos el recuerdo, ser capaces de ver que la vida nunca acaba aquí sino que se transforma adquiriendo una mansión más feliz.

Te puede interesar