Opinión

Muerte al tabaco


La cosa está que arde y nunca mejor dicho. Poco a poco se está eliminando el uso del tabaco en todas partes. Incluso ahora se apunta la eliminación en terrazas e incluso playas. ¿A dónde vamos a ir a parar? Falta la supresión en las calles de las ciudades. Y nada digamos en las casas de cada uno. Es, al menos para mí, muy triste que a uno se le prohíba incluso fumar en su casa.

Sinceramente me parece que es un extremo demasiado extremo. Porque uno creía que en casa cada cual hace lo que le venga en ganas. Conozco una vivienda en la que la esposa prohíbe al marido fumar dentro de casa y el “pobre esposo” tiene que salir al balcón para incinerar un cigarro. La pregunta es ¿fumar es un vicio o un pecado?

Sinceramente será un vicio, pero hay muchos pecados que tenemos que postergar sin llegar también a unos vicios que en realidad pueden causar algún mal. Pero cada uno es responsable de sus vicios y virtudes. Sé muy bien que a más de uno de los anti-tabaco este artículo le parecerá mal y excesivo. Lo sé. Pero tratar de suprimir el tabaco a los que están y conviven a nuestro lado me parece una falta de respeto con el sentir del prójimo. Les respondería a todos ellos: “El que por su gusto muere, hasta la muerte le es dulce”. 

Dejemos que cada cual se muera a su gusto. Vivimos en una época de libertades en todos los campos e incluso permitiendo miles de vicios; admitamos que éste también lo es, pero dejemos que cada uno tenga los suyos.

Nuestras ciudades y sus calles están llenas de mil y un problema que atacan a la salud. Cierto, pero nos quejamos menos y la persecución es menor. Admitamos que debemos dar consejos pero nunca imposiciones que coarten nuestra libertad y, sobre todo, la del vecino. Puede ser, tal vez, que produzca males irremediables. Pero a mi memoria vienen muchos fumadores empedernidos que llegaron a la ancianidad y a su final por otros motivos. Y un ejemplo claro fue Santiago Carrillo y muchos otros fumando cigarros, puros o en pipa.

Cuentan del cardenal Quiroga Palacios, un fumador empedernido, y a quien en esto controlaba don Camilo Gil Atrio, que salía de su parroquia de Santo Domingo y dicen algunos que se refugiaba en un portal porque en aquel entonces parecía mal fumar un sacerdote en la calle. Y nada digamos del cardenal José Policarpo de Lisboa, quien era capaz de fumar un paquete en cada comida y a quien mi tía trataba de corregir cuando venía a comer a mi casa. Pues bien, todos estos no han muerto por fumar. Por eso a mí me parece exagerado tratar de suprimir el tabaco. Pedir la muerte total al tabaco no deja, creo yo, de exagerar en este tema. Nunca los radicales han triunfado en la vida. 

Es necesaria una campaña informativa de prevención para el exceso pero nunca para la drástica supresión, que despejaría el ambiente pero nunca el vicio. Tratar de llevar a los fumadores al portal o al balcón es un tremenda manipulación que les lleva al estrés y a vivir en tensión. Bien creo que los que a eso llegan van a vivir en continua angustia y ni les gusta ni disfrutan del placer de fumar un cigarro. Es privarnos a muchos de la satisfacción de fumar, aunque sea un vicio que nunca un pecado, como decimos antes.

En suma, resumiendo y concluyendo, como dicen los portugueses, es necesaria la moderación en todo. “Escucha para lo que te digo y nunca para lo que hago”, dicen también los lusos. Decía Horacio, en un consejo de moderación, que en el modo está la virtud: “En todas las cosas hay una medida”. Y esto tenemos que practicarlo si no queremos caer en el vicio.

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