Opinión

La muerte de un Santo

La misa de sus exequias fue presidida por monseñor Velasco, entonces cardenal arzobispo de Caracas, y la homilía estuvo a cargo de monseñor Baltazar Porras (cuya vocación sacerdotal es vocación de Cursillos), entonces arzobispo de Mérida y actualmente cardenal arzobispo de Mérida y administrador apostólico de la Arquidiócesis de Caracas, y a ella asistieron además de una gruesa masa de feligreses y cursillistas de toda Venezuela y aquellos que pudieron llegar a tiempo del exterior, 26 obispos, más de 60 sacerdotes de distintas ordenes y el nuncio de Su Santidad en Venezuela.

 Era ese gallego llamado Cesáreo Gil, conocido dentro y fuera de Venezuela más tarde como “el cura Gil”, quien además con su diestra batuta de líder, de eminente maestro, sabio orientador y enérgico conductor de hombres y de empresas ocuparía el mas alto lugar de liderazgo en la Iglesia venezolana. Ya cansado y quebrantado de salud, pide a la jerarquía le releve del cargo que hasta el año 91 tuvo, cual fue el de asesor nacional del MCC. Me contó personalmente el que fue director de la casa y la parroquia en la que vivía don Cesáreo, al que había formado desde niño y que después llegó a obispo, que, sintiéndose muy mal, lo llamó y le pidió casi de rodillas que le dispensase del rezo diario del breviario porque ya le faltaban las fuerzas y que se lo cambiase por el rezo del rosario. ¡Padre Gil, por favor, todo Vd. se merece!, le respondió. Falleció poco después. 

Su libro de bolsillo, “Verdades en punta”, es una colección inigualable de pensamientos. Y allí se recogen muchas de sus frases tantas veces repetidas, un hermoso manojo de ideas salidas de un corazón inigualable cuya bondad y rectitud de miras le vienen de familia. Por la familia Gil y por su pueblo de Espinoso y en general de Cartelle veríamos muchos con gran alegría su figura en medio de los santos ourensanos. Por cierto, su libro sobre los santos gallegos merece un lugar especial. 

 Recibió del Santo Padre Juan Pablo II la Cruz pro Ecclesia et Pontifica; del Gobierno nacional, la condecoración de la Orden Andrés Bello; la Real Academia da Lingua Galega le nombró miembro, y la Xunta de Galicia le otorgó la Medalla de Plata de Galicia. Ofrendas estas a las que siempre les sacó el cuerpo porque rechazaba condecoraciones y alabanzas.

 La noticia de su muerte corrió como la pólvora hasta el ultimo rincón del mundo. Comenzaron a llegar expresiones de condolencia, la prensa, radio y televisión hizo correr esa fatal noticia de tal manera que hubo de postergar su entierro para esperar a personalidades que vendrían a su funeral.

“La labor cristianizadora de don Cesáreo, tanto en Venezuela como en otros países del mundo, tardará muchos años en adquirir su valoración definitiva. De su paso por Venezuela y otros países, quedarán sus palabras escritas en multitud de libros y en multitud de corazones, porque hay muchos hombres y mujeres que las han guardado en su corazón. Y nos quedan sobre todo sus obras”, dijo el cardenal Porras.

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