Opinión

Una muestra de vida de San Ambrosio

Estoy convencido de que habremos de volver a la doctrina y ejemplo de los santos padres para tomar nota para el correcto comportamiento de nuestras vidas y nuestro actuar diario. Por ejemplo, san Ambrosio de Milán, de nombre original Aurelio Ambrosio, un destacado obispo de Milán y un importante teólogo y orador. Hermano de santa Marcelina, es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina o de Occidente y uno de los 36 doctores de la Iglesia católica. Lugar de nacimiento: Bélgica, y fallecimiento: 4 de abril de 397 d. C., en Mediolanum

San Ambrosio, con motivo de la muerte de su hermano, dedica a la resurrección una serie de pensamientos. Y se basa fundamentalmente en los escritos de San Pablo: “Muramos con Cristo para vivir con Él”. Vemos que también la muerte puede ser lucro y la vida ser un castigo. 

Por eso Pablo afirma: “Para mí, vivir es Cristo y morir una ganancia”. Y se pregunta el arzobispo de Milán: “¿Qué es Cristo, sino la muerte del cuerpo y el espíritu de vida? Muramos pues con Él, para vivir con Él”. Por eso aconseja que sea nuestro ejercicio diario el amor a la muerte para que nuestra alma alejada de los bienes materiales aprenda a elevarse a lo espiritual donde el placer terreno nunca puede llegar ni atrae. La ley de la carne contradice a la ley del espíritu y quiere someterla a la ley del error. ¿Cuál será el remedio para esto? ¿Quién me liberará de mi cuerpo mortal? La gracia de Dios por Cristo.

Tenemos médico, apliquemos el remedio que es la gracia de Cristo. Por consiguiente, apartémonos del cuerpo para nunca apartarnos de Cristo. Aunque vivamos en el cuerpo, no sigamos lo que es del cuerpo ni nos sujetemos a las exigencias de la naturaleza, mas prefiramos los dones de la gracia.

El mundo fue rescatado por la muerte de uno solo. Cristo podía no haber muerto. Su muerte fue la vida de todos. Recibimos la señal sacramental de su muerte y la anunciamos en la oración, proclamamos su muerte en la Eucaristía. La muerte es victoria, sacramento y solemnidad anual en todo el mundo. En este solemne tiempo de Pascua.

 Su muerte consiguió la inmortalidad y se redimió a sí mismo. No debemos llorar la muerte, que es la causa da salvación universal; ni debemos huir de la muerte que el Hijo de Dios no despreció ni evitó. Sin duda, la muerte no hacía parte de la naturaleza, pero llegó a ser y hacerse natural; porque Dios no instituyó la muerte al principio, pero la dejó como remedio. Condenada por el pecado a un trabajo continuo y a lamentaciones insoportables, la vida de la humanidad comenzó a ser miserable. Dios tuvo que poner fin a estos males para que la muerte restituyese lo que tenía perdido. La inmortalidad sería más penosa que benéfica sino fuese promovida por la gracia. 

 Nuestra alma aspira a salir del estrecho círculo de esta vida y liberarse del peso de este cuerpo terrenal y a caminar hacia la asamblea eterna donde solamente llegan los santos, para cantar la alabanza a Dios, como cantan, según la lectura profética, los celestes tocadores de la cítara: 

Grandes y admirables son las obras del Señor Dios omnipotente; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones. ¿Quién no temerá y glorificará tu nombre? Porque solo Tú eres santo y todos los pueblos vendrán a adorarte. Nuestra alma desea partir de este mundo para contemplar vuestras nupcias eternas, Era esto lo que el santo David deseaba: contemplar y admirar, cuando decía: “Una sola cosa pido al Señor: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para vivir en la alegría del Señor”.

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