Opinión

Para observar y cambiar

Este día entrañable para la gran mayoría de la humanidad, en el que los destinos cambiaron para siempre y nace una cultura diferente basada en aquel sermón inigualable en la Montaña, es una jornada para ver, observar, meditar y sobre todo cambiar. Es la Noche diferente, el momento en el que se rezuma paz, amor y silencio en medio de un mundo con tanto ruido, tantas tecnologías absorbentes y con oídos sordos a un mensaje de hace más de veinte siglos y que, por lo que se ve, poco ha cambiado a la sociedad. Es un día para volver una vez más a las enseñanzas del Poverello de Asís que, como pocos, entendió esta jornada y llevó a cabo en Greccio (Rieti) el primer belén franciscano en 1223. Hombre sensible como nadie, afirmaba:

"Si yo hablara con el emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mis ruegos, firmara un decreto ordenando que ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castillos y en las villas obligaran a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres echen trigo y otras semillas por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves y, particularmente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la dichosa Virgen María su Madre lo reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad, todos los pobres sean saciados por los ricos" (San Francisco, Leyenda de Perusa, 14).

Al Poverello este lugar le gustaba porque le parecía "rico en su pobreza", y el territorio porque decía que no había visto ningún otro con tantas conversiones como este. Cada día, a una determinada hora, los frailes entonaban las alabanzas del Señor y la gente del castillo, grandes y pequeños, salían de sus casas y respondían: "Alabado sea el Señor". Allí montó el santo el primer Nacimiento viviente.

Cuenta la historia que aquella noche de Navidad, la gente del castillo se dirigió al lugar, en medio del bosque, donde vivían los frailes, cantando y con antorchas y enorme alegría y sencillez. En la gruta prepararon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey. Aquella noche, se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén.

Francisco había obtenido el permiso del papa Honorio III, y la homilía corrió a su cargo, pues era diácono, y mientras hablaba del niño de Belén, dice la tradición que un hombre allí presente contempló en visión a un niño que dormía recostado en el pesebre, y Francisco lo despertaba del sueño. Todos los asistentes a la inauguración del primer belén de la historia regresaron contentos a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego se demostró una buena medicina para curar a los animales.

Hoy el santuario de Greccio ha crecido mucho: la gruta, transformada en capilla el mismo año de la canonización del Santo, se conserva casi intacta, con la roca que sirvió de altar y de pesebre y sobre la pared frontal hay restos de algunos frescos de la escuela de Giotto, de los siglos XIII-XIV.

Todo en esta noche, como bien entendió San Francisco, respira sencillez y paz. Y uno se pregunta por qué, después de más de veinte siglos, el mundo se niega a seguir ese mensaje, ese camino, esa paz y esa escena que respira sobre todo amor. 
Tal vez el materialismo y el afán de consumir actual nos lo impiden. 
¡Feliz Navidad!

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