Opinión

La "opinión" de la iglesia

Para empezar quisiera matizar la razón de las comillas en la palabra "opinión". Y la razón es que para cuantos tenemos fe, cuando los obispos o el papa hablan, antes que opinar enseñan. Es una doctrina secular sostenida a lo largo de los siglos por la jerarquía en consonancia con las enseñanzas del fundador de la Iglesia, que es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Dicho lo anterior constatamos que en la actualidad asistimos a tanta confusión que se mezclan las churras y las merinas con una facilidad desconcertante. Ahora todos pueden decir lo que les venga en gana, sobre todo en contra de la doctrina de la Iglesia católica, porque contra otras instituciones religiosas ni se atreven... Nada se atreven a decir en contra de las reiteradas lapidaciones de mujeres ni las condenas sumarísimas de otros credos que conducen muchas veces a la muerte. En contra de todo lo católico siempre están los dardos prontos para herir o atacar.

Creo, si me dejan, que cada día debe instaurarse más la laicidad que algunos confunden con el laicismo en un gravísimo error que pocos corrigen. Y en virtud de esa laicidad debe dejarse a cada cual que manifieste su criterio, también a la Iglesia católica. Si todos pueden manifestarse de manera clara y muchas veces punzante e hiriente ¿por qué a la jerarquía eclesiástica se les niega tal derecho? ¿Se pretende convertirlos en perros mudos?

El mensaje evangélico hay que leerlo en todas sus dimensiones sin resaltar sólo lo que nos conviene soslayando lo que nos disgusta. Los Mandamientos son diez y la cultura del amor que pretendió instaurar Jesús de Nazaret pasa por ser intransigente con el mal, insistente en el bien y por el testimonio diario de cuantos queremos seguirlo. Está clara la Ley Mosaica y clarísimas las Bienaventuranzas.

Por otra parte, en esos ataques, a veces despiadados, se resaltan errores, que ciertamente los hay, pero se omiten tantas cosas buenas que realizan por el mundo entero los seguidores del Crucificado. Se miran con lupa los defectos, e incluso delitos, y se apartan las obras de caridad, los testimonios y lucha por la paz, los constantes sacrificios y las incontables obras anónimas que con los marginados, pobres y menesterosos realizan tantos cristianos en los cinco continentes.

Por todo ello sigue siendo certera la necesidad de hacer el bien, tender la mano, abrazar la paz y socorrer a cuantos con crisis o sin ella merodean por nuestras calles en busca de consuelo, pan y en definitiva amor. Si recordamos lo positivo enseguida se acusa de querer pasar fatura. Por eso tal vez sea el mejor testimonio el silencio como prueba acrisolada de la caridad cristiana. Tal vez ese sea el camino actual para ser intransigentes con tanta tropelía, y el modo más eficaz siendo insistentes en el bien que existe para ofrecer el necesario testimonio. Lo demás conduce a la demagogia y a una apologética ya trasnochada.

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