Opinión

¿A quien buscáis entre los muertos?

Feliz la culpa que mereció tal redención, como recordábamos ayer tarde en la Vigilia Pascual. En realidad, al pregón pascual, la “Angélica”, es el perfecto resumen de lo que significa esta gloriosa noche que celebramos. Es mi propósito dedicarle en los domingos de Pascua un recuerdo a este hermoso cántico con el que se inaugura la solemne Vigilia del Sábado Santo, el final de la Cuaresma.

En realidad, para cuantos tratan de vivir a fondo la Cuaresma, la Vigilia Pascual y este Pregón, que rompe la oscuridad del templo y el recogimiento de los cuarenta días de penitencia, recoge muy bien el sentir de esta liturgia eclesial: “Exulten por fin el coro de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación. Goce también la tierra inundada de tanta claridad, y que radiante con el fulgor del Rey eterno se sienta libre de la tiniebla, que cubría el orbe entero”. “Alégrese también nuestra santa madre la Iglesia revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo”.

Me atrevería a aconsejar su lectura entera que, sin duda, refleja cual debe ser la actitud de los fieles en este gozoso día. Porque, en definitiva, como iremos viendo estos domingos, se trata de un canto a la vida porque en realidad el cristianismo es religión de vivos y nunca de muertos. Aquel a quien confundieron con el hortelano los discípulos que muy de mañana acudieron al sepulcro se lo dejó muy claro: “No, María, no hay muertos en el sepulcro. No está aquí ¡ha resucitado!”.

Y este debe ser el motivo que mueva la actitud de los creyentes. Somos seguidores de un vivo que, además, nos transmite la vida a todos los bautizados que pretendemos seguirle.

A lo largo de los siglos, los grandes santos de la historia de la Iglesia han centrado su mensaje en la resurrección, que es el centro y motor de la fe cristiana. “De nada valdría haber nacido si no fuésemos redimidos”, dice la liturgia de este día.

Y por eso, durante todo este tiempo pascual, una es la palabra que se repite constantemente, que es el ¡Aleluya!, en todas las celebraciones y que debiera transmitirse al medio del mundo con la alegría cristiana. Porque es bien cierto que los cristianos debemos ser alegres y transmitir esa alegría en todos los momentos de nuestra actividad diaria, ya sea en el templo, en la familia o en medio de la sociedad.

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